3-0. La UD Ibiza rompe su penitencia en un Viernes Santo redentor

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Había que creer. Aunque la procesión iba por dentro desde hacía cinco jornadas, la UD Ibiza no se rindió a la condena del empate perpetuo ni al martirio del gol ausente. Y justo cuando el calendario marcaba el Viernes Santo, el equipo de Paco Jémez encontró su particular redención ante el Sevilla Atlético. No hubo incienso, pero sí aroma de fútbol liberador. No hubo tambores, pero el rugido de Can Misses marcó el compás de una victoria tan necesaria como balsámica: 3-0, contundente, casi litúrgica.

La tarde empezó con un silencio contenido, como quien espera que la procesión no se alargue más de la cuenta. La escuadra celeste, atenazada por la ansiedad y los errores recientes, salió con más dudas que determinación. Los primeros compases fueron un viacrucis de imprecisiones, con un susto mayúsculo a los nueve minutos que bien pudo ser el primer clavo de la cruz. Da Silva tuvo en sus botas el 0-1, pero Guillem Molina apareció con la fe del que sabe que aún no es el momento de caer.

A partir de ahí, el equipo fue saliendo del sepulcro de su apatía. Como en una cofradía bien ensamblada, comenzaron a fluir las conexiones. En el minuto 18, un pase al espacio —más propio de una revelación que de un simple desmarque— encontró a Unai Medina, que sirvió el balón en bandeja para que Mo Dauda rompiera el ayuno goleador con un disparo certero. El ghanés, siempre presente en las jornadas clave, volvió a ser cirineo para una UD Ibiza que necesitaba alguien que cargara con el peso ofensivo. Uno a cero, alivio, aire y esperanza.

No tardaría en llegar el segundo acto de fe. Una presión bien ejecutada, una cadena de errores del filial sevillista, y un rechace maldito que se estrelló en Iker Muñoz y acabó dentro de su propia portería. Gol con ayuda divina o justicia del fútbol, lo cierto es que Can Misses respiraba como en una misa de gloria. La penitencia, de golpe, parecía menos dolorosa.

El Sevilla Atlético, joven pero voluntarioso, trató de levantar la cruz sin éxito. Tuvo alguna que otra opción —como un disparo de Collado al travesaño que hizo temblar los cimientos del estadio—, pero la UD Ibiza ya caminaba con paso firme hacia su particular resurrección.

El tramo final fue casi procesional. Paco Jémez movió el banquillo con inteligencia, buscando no solo oxígeno, sino también asegurar que la victoria no se escapara por un descuido. Y cuando el reloj ya caminaba hacia el epílogo, apareció de nuevo Unai Medina, en otra carrera de fe y potencia, para poner el tercero con un latigazo que desató el júbilo definitivo. Fin de la cuaresma.

No hizo falta ningún milagro, solo convicción. En el día más simbólico de la Semana Santa, la UD Ibiza salió del sepulcro deportivo con un golpe sobre la mesa. Goleó, gustó y ganó. Porque a veces el fútbol también tiene su liturgia, y en este Viernes Santo, los celestes firmaron su particular paso de la pasión al gozo.

La resurrección ha comenzado. Y en Can Misses, por fin, se huele a domingo de gloria.

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