Este Viernes Santo, mientras las procesiones recorren las calles de medio país, el fútbol también celebra su particular vía crucis en Can Misses. La UD Ibiza, envuelta en su propio calvario deportivo, recibe al Sevilla Atlético en un duelo que huele a incienso, sudor y redención. Un partido que se vive como una estación de penitencia, con la mirada puesta en el cielo… o en el infierno de una clasificación que se ha vuelto traicionera.
La racha es una losa. Cinco jornadas sin conocer la victoria pesan como una cruz a cuestas para un equipo que, no hace tanto, caminaba por la gloria del liderato. Ahora, relegados a la cuarta posición, los de Paco Jémez marchan cabizbajos, sin fe en su juego, como cofradía desorientada en mitad de la madrugada. La caída en Marbella fue más que una derrota: fue una flagelación. Perder contra un equipo en descenso fue recibir un golpe directo al alma, y el gesto del técnico cordobés —ofreciendo su puesto al club— fue el retrato más claro de un grupo que busca respuestas entre sombras.
Pero en Semana Santa, toda pasión tiene su momento de resurrección. Y el escenario invita a ello. Este viernes, el estadio ibicenco será templo y tabla. Delante estará un Sevilla Atlético que también viene con los tambores de guerra resonando fuerte. Sextos, con ganas de meterse de lleno en la pelea por el playoff, los andaluces representan la cara opuesta: juventud, hambre y la ilusión del que viene creciendo sin complejos. Jesús Galván ha encendido la mecha en su vestuario. Sabe que en Ibiza hay más que tres puntos: hay un salto de fe.
La UD Ibiza, sin Davo y con las heridas aún abiertas, está obligada a levantarse. A reencontrarse consigo misma. A cargar con su cruz durante 90 minutos y, si es posible, dejarla atrás con una victoria que limpie pecados y devuelva la esperanza. Porque una derrota ante el filial sevillista podría suponer el desplome definitivo, la caída al abismo que recuerda al final del pasado curso: del cielo al purgatorio en cuestión de semanas.
Hoy, Can Misses se convierte en Jerusalén. No habrá palmas ni pasos, pero sí fervor, sufrimiento y un ambiente de liturgia futbolera. Los fieles celestes mirarán al césped como quien aguarda el milagro. Y los once elegidos deberán mostrar si son dignos de la túnica, si aún tienen fuerzas para cargar con las expectativas de una isla entera.
Viernes Santo. Todo por decidir. El ascenso directo aún está al alcance, pero para ello la UD Ibiza necesita hacer su particular resurrección. Y esta noche, el fútbol no perdona.