Un domingo sin goles pero con alma de gran cita en Can Misses

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No todos los días se vive una jornada así en Can Misses. El 0-0 entre la UD Ibiza y el Real Madrid Castilla quedará en las estadísticas como un empate más, pero para los que estuvieron allí, este domingo fue mucho más que un simple partido. Fue una celebración del fútbol, de la afición, de la pasión que se respira en cada rincón del estadio ibicenco cuando el calendario marca una fecha especial.

Desde las horas previas al choque, el ambiente ya olía distinto. Más de 3.500 espectadores poblaron las gradas, firmando una de las mejores entradas de la temporada. Camisetas celestes por todas partes, también muchas blancas, y una mezcla de generaciones unidas por el mismo idioma: el del fútbol vivido con intensidad.

Uno de los momentos más especiales se dio incluso antes de que rodara el balón. En la banda, Raúl González Blanco y Paco Jémez, dos emblemas del fútbol español, se fundieron en un saludo afectuoso, de esos que resumen años compartidos en la élite y en la selección. Viejos compañeros, ahora rivales desde los banquillos, en un duelo con más historia de la que aparenta el marcador.

El césped, impecable, lucía como una alfombra verde, listo para una batalla futbolística a la altura del espectáculo en las gradas. Porque en la grada, una vez más, la Peña Corsarios puso el alma. Desde el fondo Sur, bombos, cánticos y banderas no dejaron de ondear. Fueron el latido constante de un estadio que no bajó el volumen en ningún momento.

Entre el público, como es habitual en Can Misses, muchísima presencia de jóvenes y niños, muchos con sus camisetas del Ibiza y los ojos brillando de ilusión. Durante el descanso, el talento local también tuvo su espacio: el trompetista ibicenco Pere Navarro regaló una actuación elegante y vibrante, un toque artístico que encajó perfectamente con la atmósfera especial de la tarde.

En el palco presidencial, el presidente de la UD Ibiza, Amadeo Salvo, estuvo acompañado por el alcalde de la ciudad, Rafa Triguero, la concejala de Deportes, Catiana Fuster, y otras autoridades locales. Su presencia remarcó la importancia del partido no solo como evento deportivo, sino como punto de encuentro social y cultural para la isla.

El pitido final trajo aplausos, algún suspiro de frustración y un gesto que capturó la esencia de la jornada: decenas de chavales se agolparon junto al túnel de vestuarios pidiendo camisetas a sus ídolos. Algunos jugadores respondieron con sonrisas, choques de manos y regalos. Eugeni, especialmente, protagonizó uno de los momentos más emotivos al regalar su camiseta a una joven seguidora que, desde antes del inicio, alzaba una pancarta pidiéndosela. La sonrisa de la niña valió por un gol.

Porque este domingo no hubo goles en el marcador, pero sobraron razones para recordar el día. Can Misses volvió a ser el corazón de la isla, un lugar donde el fútbol va más allá del resultado. Hay tardes que no se miden en puntos, sino en emociones. Y esta fue una de ellas.

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