El fútbol de veteranos no entiende de rankings ni de fichajes millonarios, pero sí de lo que realmente importa: pasión por el balón, amistad y, cómo no, buenos banquetes. Y si hay un partido que lo ha demostrado con creces, ese ha sido el que han disputado los veteranos del Formentera y el Sant Jordi este sábado en el Kiko Serra. Un duelo repleto de jugadas de calidad, regates imposibles y, sobre todo, muchas risas tanto dentro como fuera del campo.
Desde el pitido inicial, quedó claro que la velocidad punta de algunos jugadores ya no es la de antaño, pero la picaresca y la experiencia suplen cualquier carencia física. Se vieron controles de espuela que solo pueden salir bien cuando uno lleva décadas pegado a un balón, pases filtrados con compás de arquitecto y acciones de mucho mérito, aunque los goles fueron un bien escaso. De hecho, el partido se decidió con un solitario tanto del Sant Jordi en el primer tiempo de Víctor Lozano, suficiente para llevarse la victoria en un choque más disputado que goleador.
Pero aquí el resultado es lo de menos. Lo de más fue la convivencia, el buen rollo y la celebración posterior, donde los verdaderos cracks del partido fueron los encargados de cocinar un arroz de matanzas que hizo que hasta los que habían jurado no volver a correr en su vida se levantaran a repetir. Porque si algo distingue al fútbol de veteranos es que, después de 90 minutos en el verde, no hay VAR que anule un buen festín.
Las anécdotas, como siempre, fueron la guinda del pastel. Entre caños inesperados, pases milimétricos y algún resbalón inoportuno, el partido dejó momentos para el recuerdo. Hubo quien intentó un sombrero y terminó perdiendo la bota por el camino, y también quien se animó a una chilena que acabó más cerca del suelo que del balón. Al final, entre bromas y carcajadas, todos coincidieron en que lo mejor del fútbol de veteranos es que, pase lo que pase, siempre hay una buena historia que contar.
En definitiva, una jornada inolvidable, de esas que hacen que el fútbol de veteranos sea mucho más que un deporte: una excusa perfecta para reencontrarse, recordar viejos tiempos y, sobre todo, demostrar que los años pesan, pero la pasión nunca se jubila.