Pablo Sierra del Sol Ocurre en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es un día cualquiera de principios de los ochenta y un niño pedalea con furia, como si estuviera a punto de echar a volar. Aunque parezca una escena de E.T., las ruedas de la bicicleta no se elevan sobre el asfalto y, en vez de ser perseguido es él el perseguidor. De un autobús, concretamente. El chico se llama Christian, pero como Elliot, también alucina con un extraterrestre, que, en este caso, va en vez de ir escondido en la cesta de su bici, está sentado en aquel autobús. Su ídolo es, claro, Diego Armando Maradona, que entonces tiene veinte años, una frondosa mata de pelo rizado y para muchos es ya el mejor futbolista del mundo desde que se mudó de La Paternal, donde creció en la cantera de Argentinos Juniors, al barrio de La Boca. “En aquel colectivo viajaba el equipo de Boca Juniors. Yo era un pibe, pero ya sentía una pasión alucinante por mi club. Los años que jugó el Diego con nosotros antes de ir a Barcelona fueron especiales. Por eso, cuando vinieron a Mardel, les perseguí con mi bici, pegado a la ventana donde iba Maradona. Qué feliz fui ese día”, explica Christian Daniel Marchena cuarenta años después de aquel episodio infantil. Al contarlo la morriña le acelera el pulso. No solamente queda lejos aquel tiempo. El lugar donde ocurrió está a diez mil quilómetros de la isla a la que se mudó en 1999 este argentino alto y flaco al que todos llaman Pájaro. Christian lleva casi la mitad de su vida en Ibiza, pero el vínculo con su equipo de fútbol es el doble de fuerte que cuando abandonó Argentina. “La afición que sentimos los argentinos por el fútbol no se puede medir. Pero, si lográramos calcularla, no habría ningún club que pudiera competir con Boca. Lo nuestro es algo inexplicable. Lo notas cuando pones un pie en La Bombonera y, quizás, todavía más, cuando ves un partido en un consulado en el extranjero”, dice el Pájaro Marchena.
Consulado. Esa es la palabra diplomática que en Boca usan para denominar a las peñas que tiene repartidas por el extranjero. Boca es un club de alma viajera. Nació en el barrio portuario de Buenos Aires, por donde entraron millones de inmigrantes europeos para construir el carácter de las dos argentinas, la de la inmensa capital federal y la del infinito interior. Boca lo fundaron italianos llegados de Génova, de los que adoptó el sobrenombre por el que se sigue conociendo a sus aficionados: xeneize significa, literalmente, genovés en el dialecto de Liguria. Boca pintó de pintó de azul y amarillo su camiseta porque, según explica la leyenda, como los padres fundadores no se ponían de acuerdo con qué color debían salir a la cancha decidieron tomarlos prestados de la primera bandera que vieran atracar en los muelles del puerto. Fue la de Suecia. Con esos ingredientes –unidos a los éxitos y fracasos que han sucedido durante la centenaria historia del club y que le han dado a Boca una personalidad magnética– no es extraño que La Doce tenga consulados por todo el planeta. Christian enseña un mapa azulado que está teñido de estrellas doradas. Cada estrella es una embajada xeneize. “En Mallorca hay un consulado. Son cerca de cincuenta socios y en Ibiza estamos en trámites de abrir nuestra propia sucursal. Los pibes mallorquines nos han ayudado mucho en todo el proceso. Su presidente, Mariano Valdés, se ha portado de lujo conmigo para que pudiéramos contactar con Martín Montero, el encargado de vincular a cada núcleo con Boca. Es un laburo espectacular el que hacen desde La Bombonera para coordinar porque a los centenares de consulados que hay repartidos por setenta países diferentes”.
Cuando Christian y los amigos con los que se reunía en el asador Can Mario antes de la pandemia para ver de madrugada los partidos de Boca pongan en pie su propio consulado, tendrán que repartir carnés de socio a una quincena de “galleguitos” de apenas doce años. Son los chavales del infantil de la Penya Blanc-i-Blava que entrena Alejandro Marcos. Un equipo de cantera donde el Pájaro Marchena, adivinen, ha predicado la fe xeneize. “Soy el segundo de Alejandro, que me invitó a ayudarle y me dio la oportunidad de volver a sentir el fútbol desde dentro, como cuando era un niño, hace tres años. Llevo ese tiempo hablándole de Boca a un grupo de chicos que, sin tener ninguna relación con Argentina, han comprendido que el club de mis amores es mágico, que nadie vive el fútbol tan locamente como los bosteros. Cuando eres de Boca no eres de ningún otro equipo, aunque para mí la Blanc-i-Blava sea también parte de mi vida y me haya ligado aún más a la isla”. No ha logrado Christian que sus futbolistas se conviertan en hinchas de Boca enseñándoles en la pantalla del móvil slaloms de Maradona, gambetas de Latorre, cabezazos de Batistuta, virguerías de Riquelme o trallazos del Loco Palermo. A esos vídeos, la generación Alpha llega por su cuenta porque YouTube ya era un invento antiguo cuando ellos nacieron. Los infantiles blanquiazules entran cada día en las redes sociales de Boca Juniors, conocen su plantilla y hasta siguen a los equipos de las categorías inferiores. Christian tiñó de azul y amarillo los sueños de sus chicos contándoles que, si la pelota no se mancha, “la remera tiene que acabar empapada de sudor cuando acaban los partidos”. Y, como si fuera una gracia, habló con Alejandro Marcos y Adrián Moreno, el tercer miembro del cuerpo técnico, y les convenció para que los chavales empezaran a jugar los partidos con una camiseta de Boca Juniors debajo de la elástica de la Penya Blanc-i-Blava. A la directiva de este club de cantera le pareció buena idea. Según dice el Pájaro Marchena, al presidente no le costó entender que era propuesta era para él algo más que un asunto sentimental:
–La Penya Blanc-i-Blava la fundaron aficionados del Espanyol que querían sentirse un poquito más cerca del equipo que amaban, curarse la añoranza. A mí me pasa lo mismo y esa historia paralela me ha hecho sentirme muy a gusto colaborando con este club. No te imaginas la alegría que me recorre el cuerpo cuando los pibes marcan un gol, se levantan la camiseta y aparece la de Boca.
Pero esta semana fueron más allá. Después de negociarlo con la Federació Balear de Futbol, los periquitos ibicencos consiguieron que su infantil saltara al campo del Sant Rafel vestido con el uniforme suplente de Boca Juniors. De blanco y con la franja amarilla cruzando el pecho –los colores no podían coincidir con el azul de los rafelers– salieron victoriosos de Sa Creu. “Los pibes no sabían que podrían jugar con la remera de Boca. Imaginate la sorpresa que se llevaron cuando les repartimos la ropa. A mí me la dio la madre de uno de los chicos, que me regaló un cuadro de Maradona que ella misma pintó. Ahora nos gustaría conseguir que alguno de los futbolistas que entraron de pibitos en la escuela de Boca y han debutado con el primer equipo pudiera charlar con ellos por vídeo llamada”, dice el Pájaro Marchena.
Es el último paso que quiere dar para que los canteranos comprendan por qué juegan como juegan xeneizes como Carlos Tévez, que aunque se crió en el modesto All Boys fichó por Boca Juniors en edad juvenil, se marchó jovencísimo para triunfar en Europa y volvió ya veterano a casa en busca de una retirada que no se consuma aunque el Apache haya cumplido los treinta y siete. “A los chicos de la Blanc-i-Blava les hablo de las dificultades que tienen que superar los carasucias de la periferia, los que viven en las villas y se pegan horas y horas de transporte público para llegar al campo de entrenamiento, y del sacrificio de las familias que invierten lo poco que tienen para que el pibito pueda comprarse unas botas. Muy pocos llegan a debutar en Primera, pero esa manera de ser se les queda marcada para siempre. Si nuestro equipo aprende que todo en la vida se consigue a base de esfuerzo, sacrificio y compañerismo, los años que habrán pasado jugando a fútbol con sus amigos habrán valido la pena. De rebote, lo que estamos consiguiendo es que un club tan humilde como la Penya llame la atención a los medios argentinos”.
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Fragmento de la entrevista que le hizo el periodista Ramiro al Pájaro Marchena en Radio Provincia de La Plata durante la previa del superclásico Boca Juniors y River Plate que se disputó el pasado domingo 16 de mayo con victoria para los millonarios en La Bombonera.
–Este tema [de Charly García] capaz que al entrevistado le genere un poco de nostalgia. En Ibiza también se juega al fútbol y a un club, que es el Penya Blanc-i-Blava que tiene a un argentino de técnico con los más chiquitos. El hombre es, no fanático, recontra fanático de Boca Juniors. A mí me cuentan que hace más de ocho horas que camina, va y viene, porque está nervioso por lo que va a ocurrir en el partido contra River. Estamos en comunicación con Christian Marchena, técnico de este club, Penya Blanc-i-Blava. Su camiseta es azul y blanca, como la de Talleres. Pero, abajo, ¿sabés qué usan? Usan la de Boca. ¡Christian!, ¿cómo estás?
–Muy bien por acá. Como decís, caminando por las paredes esperando a Boquita…