Hacía mucho calor cuando Rafa Payán cogió el balón y lo plantó en el punto de penalti. Era el minuto 86 del partido y –metafóricamente– también de la temporada. El Ibiza había llegado a la eliminatoria definitiva del playoff de ascenso a Tercera División después de haber ganado nueve de los diez encuentros de Regional Preferente. En la primera ronda se deshizo del Sineu (2-4 en la ida –dianas de Rivas, Copi, que marcó dos veces, y el propio Payán– y 1-0 en la vuelta –gol de Moussa). Luego llegó el Santanyí, un rival que también tenía el ascenso entre ceja y ceja. Los mallorquines comenzaron la eliminatoria imponiéndose por la mínima en su casa. El penalti que iba a lanzar Payán era, entonces, definitivo. La falta dentro del área se la habían hecho a él y nadie más podía encargarse de transformarla en gol. Fallar no era una opción y el granadino asumió la responsabilidad sin que le bajaran sudores fríos por la nuca. Aunque hiciera calor. Mucho calor. En el césped y en la grada.
“Aquel día había mil personas en Can Misses. Tranquilamente. Cuando llegué al campo un par de horas antes de que empezara el partido vi a aficionados en los alrededores. Había ambiente de fútbol de verdad. Era la primera vez que nos ocurría”, recuerda Ángel Moreno, que había sido el capitán del equipo el año anterior, la temporada del debut en Regional, y luego se convirtió en el delegado de la primera plantilla. Desde el banquillo vio Ángel cómo Payán mandaba la bola al fondo de la red desde los once metros. “Nunca he sido de arrugarme o ponerme nervioso en esos momentos”, dice Payán, “y aquel día tampoco dudé. A mí me habían fichado para que fuera un espejo para los jugadores más jóvenes, pero también para resolver ese tipo de situaciones límite”. Fue el cuadragésimo gol que marcaba el mediapunta aquella temporada, el que otorgaba sentido a los 39 anteriores porque le estaba dando la vida a su equipo cuando se encontraba al borde del precipicio.