El Atlético Baleares se ha llevado un derbi igualadísimo donde la ilusión desbordó las gradas de Can Misses. Casi 3.500 personas se reunieron en un Municipal teñido de celeste. El Ibiza no pudo regalarles la victoria en un encuentro que acaba con once meses de imbatibilidad como local. La visita del líder, un conjunto balearico duro como una roca, hizo que volaran los puntos del feudo ibicenco por primera vez esta temporada.
La primera media hora del derbi balear fue una sesión de tanteo. Se notaba en el ambiente el respeto que se profesan los dos equipos. Estudiándose en busca de los puntos débiles del rival, llegó la ocasión más clara del Ibiza. Un pase de Kike López lo recogió Javi Pérez en la frontal para probar los reflejos de Manu Herrera. El disparo del ’17’ rebotó en el césped antes de que el portero del Baleares enviara la bola –en dos tiempos y aguantando la presión de Rodado– a córner. Fue un fogonazo en un duelo con pocas oportunidades donde, pese a la igualdad, los celestes llevaban la iniciativa.
La propuesta de los blanquiazules (hoy, vestidos de amarillo) no le gustaba a Manix Mandiola. El entrenador balearico metió dos cambios en el descanso. Diez minutos después se veía obligado a agotar las sustituciones. Manu Herrera chocó con Raí en un salto y se lastimó el codo al caer sobre la hierba artificial. El portero ya se había lastimado en la primera parte al chocar fortuitamente con Sergio Cirio en un mano a mano.
No se había cumplido la primera hora de juego y el Baleares tenía que aguantar más de treinta minutos sin futbolistas de refresco. Pero, en el fútbol, las apariencias engañan. El partido no se le puso cuesta abajo al Ibiza porque su rival aprovechó su único chut a puerta. El oportunismo de Gabarre, en plena racha goleadora, adelantó a los mallorquines en el minuto 56. Fue un jarro de agua fría del que intentó sacudirse el Ibiza con la salida al campo de Javi Lara –que fue duda hasta el último momento– y Diego Mendoza. Más tarde, Grima sustituyó a Kike, que se retiró lesionado. Ginard, el portero suplente, hizo buena la escasa renta con dos paradas a Cirio, en el lanzamiento de una falta, y a Lara, con un disparo con la zurda pegado a la línea de fondo.
Los celestes mostraron su perfil más irreductible. La rendición no se contemplaba y se persiguió el empate hasta el último suspiro. El público apretó y llevó en volandas al equipo hasta las puertas del gol. Traspasar ese umbral, sin embargo, resultó imposible. El Baleares tenía la llave del candado a buen recaudo. Mariano acabó el encuentro como delantero centro, haciendo, cada vez que rozaba un remate, levantarse de su asiento a los tres millares largos de aficionados que le dieron a Can Misses «el aspecto de un estadio de otra categoría», como diría Pablo Alfaro en rueda de prensa.
La casa del Ibiza fue, en definitiva, una fiesta a la que solamente le faltó la guinda de los puntos.