diariodeibiza.es. Bajito, moreno, sonriente y un diablillo con el balón en los pies. José Manuel Cuevas Reina cumple el estereotipo del futbolista con denominación de origen sevillana, ese chaval que se cría en los pueblos de la periferia hispalense anhela marcar el día de mañana un gol que levante las gradas del Pizjuán o el Villamarín. «Claro que soñaba con eso, pero la vida da muchas vueltas. Nunca pensé en verme aquí, en esta isla, disfrutando del fútbol de otra manera, en un club que es una gran familia. Puedo decir que en Formentera vivo como un rico. No gano mucho dinero, pero tengo estabilidad, paz y gente que me quiere. Eso pesa más que los euros».
Camino de los 29 años –«Los cumpliré en julio, ya no soy ningún chaval», recuerda–, este delantero con tendencia a caer al centro del campo o mediapunta con colmillo suficiente para rematar en el área (tanto monta) se siente en plenitud. «En lo futbolístico, nunca pensé en que me vería otra vez en esa lucha tan bonita que representa un play-off», explica Cuevas, más conocido como Titi, el apodo que heredó, además de la sangre bética que corre por sus venas, de su padre, vecino de Tomares, un municipio de 22.000 habitantes a cuatro kilómetros de Sevilla capital. Mañana estará, previsiblemente, entre los once elegidos por Luis Elcacho para jugar la ida de la primera criba del ascenso a Segunda B ante el Cayón.
Al andaluz, la luz, el agua, la arena «y sobre todo» la gente de Formentera le han dado «esa segunda oportunidad que todo el mundo merece».
A Titi aún le tiembla la voz cuando desempolva aquel entrenamiento de pretemporada en Melilla. Verano de 2007. Una semana para el arranque del potente grupo IV de Segunda B. Controla una pelota y, malditas casualidades del destino, la tibia «de un juvenil que entró sin maldad» colisiona contra su rodilla derecha. «Los médicos dijeron que tenía la rótula bipartita. Me equivoqué en volver a intentar jugar a los tres o cuatro meses. Duré un par de ratos sobre el césped. Al verano siguiente estaba en Tomares, sin equipo y con la moral rota con solo 23 años», explica.
Cinco promociones a Segunda A
Atrás quedaban «cinco promociones a Segunda A, seguidas, con el Sevilla Atlético». Bajo la tutela de Manolo Jiménez y con compañeros que han corrido suertes tan dispares como llegar ser internacionales absolutos (casos de Jesús Navas o Diego Capel) o no poder hacerse un hueco en el primer equipo (Marco Navas o Kepa) se logró el ansiado ascenso a la categoría de plata en la 2006/2007. Sin embargo, Titi decidió mudarse al norte de África «cansado de ser un revulsivo».
Allí llegó la lesión, que le obligó el domingo, tras su electrizante derroche físico contra el Poblense («Soy guerrero, me peleo hasta con mi madre en el campo», afirma), a aplicarse una bolsa de hielo en la zona maltrecha; la que le convierte en duda cuando llueve. «Illo, creo que hoy no juego», comentó el pasado otoño cuando pisó el bar del Municipal, una mano en la rótula y los ojos mirando al cielo encapotado, antes de un derbi contra el Isleño. Y en Melilla se enteró de la muerte de Antonio Puerta, amigo de la infancia, compañero de quinta –la del 84–.
¿Suficientes golpes?
«Todavía me quedó vivir impagos en Jumilla y Los Barrios, donde estuve siete meses sin cobrar y me tenían que dar hasta comida porque no tenía un duro», apunta Titi, sabedor de que, pese a las dificultades, no le han faltado ángeles de la guarda. Primero, Juan Carlos Álvarez, asturiano, vecino suyo en Tomares y una institución dentro del Sevilla Club de Fútbol, «donde ha entrenado en todas las categorías». El veterano técnico fue quien le reclutó para el Coria en Tercera, donde el cartílago de la rodilla aguantó. Frecuentó al gol y al regate de nuevo. En agosto de 2011, mientras reunía a varios colegas para jugar un partido benéfico, llamar a Winde, excompañero suyo en la cantera rojiblanca, le precipitó a Formentera. «Le había perdido la pista y me dijo que estaba aquí, en la Regional. A los pocos días me llamó Miguel Ángel [Ruiz, el míster de los rojinegros el año pasado]. A mí me sonaba a cuento chino venirme a esta isla, pero aquí me planté, flipando con la cantidad de italianos que había por metro cuadrado», relata con el seseo y gracejo propios de su tierra. De eso hace casi dos años. 36 goles después (25 el primer año y once en Tercera), la menor de las Pitiüses es más que su nueva casa. Él se ha convertido en un emblema para «una afición que no tiene precio por lo que apoya fuera del campo».
Según Titi, que en parte sigue siendo el chicuelo que pateaba la bola en el descampado deseando ser Alfonso Pérez, la historia de su redención futbolística no ha terminado. ¿Qué mejor oportunidad para escribir otro capítulo que contra el Cayón?