Pablo Alfaro y Andrés Palop coincidieron diecisiete minutos en el campo como sevillistas. O lo que es lo mismo, cuatro ratos; las veces en las que Juande Ramos sacó como suplente a Alfaro en la primera vuelta de la 2005/2006. La temporada en la que el portero valenciano llegó a Nervión, el central aragonés abandonó el Sevilla, el club que acabó por convertirlo en un futbolista clásico de los noventa y los dos mil. Palop acabaría heredando el brazalete que Alfaro llevó durante muchísimos partidos. Esta semana, tantos años después, los destinos de ambos han vuelto a cruzarse. Los papeles, ahora, se han intercambiado. Es Alfaro el que llega a la Unión Deportiva Ibiza y Palop quien se marcha de la entidad. Leyenda del Sevilla sustituye a leyenda del Sevilla en el banquillo de Can Misses.
El recién llegado recibe un equipo de campanillas que se reforzó en Navidad para asaltar el playoff y se ha atascado en el intento. A Alfaro se le recuerda como un defensa férreo y tan educado en el trato con los árbitros, con los compañeros y con los rivales como hábil para jugar al otro lado del reglamento sin ser descubierto. Curiosamente, a Alfaro se le daba tan bien iniciar una tangana con una entrada durísima o un pisotón como frenarla cuando el motivo del tumulto era un codazo propinado por Javi Navarro, su socio en la defensa sevillista.
Sin embargo, su primera misión como técnico del Ibiza no es convertir a su equipo en un muro sino desbloquearlo en ataque. Sobre todo, fuera de casa. El Ibiza no mete un gol a domicilio desde el 20 de enero. Ese día, pese a la victoria contra el Sanluqueño, la estrella de Palop empezó a apagarse. El fútbol practicado por el Ibiza fue muy pobre. Después, seis puntos de quince posibles y, especialmente, un juego mejorable, han convencido a Amadeo Salvo para rescindir el contrato de su paisano y apostar por Pablo Alfaro Armengot (Zaragoza, 1969). El sustituto de Palop se planta ante el reto más ambicioso de su carrera como entrenador. Todavía no ha cumplido los cincuenta y cree que tiene mucho que decir como entrenador.
¿Qué ha sido del ex capitán sevillista durante los doce años que han pasado desde que colgó las botas? Alejado de los focos, Alfaro ha estado muy ligado al fútbol. Primero fue coordinador del primer equipo del Sevilla. Vivió de forma diferente los grandes éxitos deportivos de un club que él contribuyó a rescatar cuando llegó al Sánchez Pizjuán en el verano del 2000. Entonces el Sevilla estaba en Segunda y el resto forma parte de la historia. Después de abandonar por segunda vez el club de sus amores –no la ciudad, donde ha arraigado con su familia– Alfaro ha pasado por los banquillos de Pontevedra, Recre, Leganés, Huesca y Marbella. Hace dos temporadas no pudo aguantar con el Mirandés en Segunda, pero, tras sufrir el descenso, conquistó con los burgaleses el título del grupo II de Segunda B. Repetir playoff es el reto que le han puesto el presidente Salvo y el mánager Soriano por delante en la aventura que ha comenzado hoy –ya ha dirigido Alfaro su primer entrenamiento en Can Misses– con los celestes. Conseguir el ascenso, vista la exigencia que se impone desde la dirección deportiva del Ibiza, sería su salvoconducto para sellar la renovación.
Mañana concederá Alfaro su primera rueda de prensa. Si no fuera por las canas, muchos dirían que por él no pasa el tiempo. Mantiene el maño la misma elegancia que exhibía en su época como profesional. Durante las casi dos décadas que estuvo en la élite –acumuló 418 partidos en Primera– Alfaro fue un tipo peculiar. Principalmente, por ser universitario. Entre todas las carreras, eligió una de las más exigentes y largas: Medicina. Entre las facultades de Zaragoza, la Central de Barcelona, la de Santander y la Complutense madrileña, Alfaro fue sacándose, por la pública y casi a curso por año, su licenciatura. Su expediente se movió al compás de los contratos que firmó desde que Johan Cruyff se fijó en aquel chaval moreno que jugaba de central en el eje de la zaga de La Romareda con otro jovencito que con el tiempo se labraría también fama de tipo duro: Xavi Aguado. Dato curioso: durante muchos años, Alfaro y Aguado han compartido el título de líderes históricos en tarjetas rojas con la nada despreciable cifra de dieciocho expulsiones. Tenían un compromiso tan grande con sus colores e iban tan al límite que solamente a Sergio Ramos le han mandado al vestuario más veces en medio de un partido de Primera División. En los bares, muchos parroquianos bromeaban diciendo que el Doctor Alfaro se fabricaba en el césped su propia clientela cuando los tacos del defensor se encontraban con el tobillo o la pierna de un rival.
En el Barça, Alfaro ganó una Liga, pero al llegar justo después de la Champions de Wembley tuvo pocos minutos. “Jugué poquito, pero es que cuando veía a mis compañeros desde el banquillo pensaba: somos un equipazo”, dijo hace un par de años en una entrevista que le hizo La Liga. El Racing, que volvía a Primera se aprovechó y le llevó a Cantabria. Fue clave para conseguir tres permanencias seguidas. Los rusos que llegaron aquellas temporadas al Sardinero metían los goles y él, puro pundonor, los evitaba. Tan bien lo hizo que, otro grande, el Atlético, le echó el lazo para la 96/97. La película fue casi calcada a su fichaje por el Barça. Alfaro aterrizó en un equipo campeón y tuvo pocas opciones, pese a vivir momentos bonitos en la Copa de Europa y la Copa del Rey. El zaragozano había nacido para ser cabeza de ratón y no cola de león. Él quería jugar y ser líder. Por eso se fue al Mérida, donde traspasó la barrera de los treinta jugando mucho y sufriendo más. Con los extremeños bajó a Segunda y, dos años más tarde, vio cómo el primer club de la región que había llegado a la élite desaparecía por las deudas acumuladas durante la época de vino y rosas.
La situación fue dura y acabó quemado. Lo cuenta el propio Alfaro en la entrevista que le hizo La Liga: decidió poner tierra de por medio con el fútbol español y, estando en Grecia, a punto de firmar por el Iraklis, ganar unos buenos dracmas lejos de España y disputar la UEFA con su nuevo club, le sonó el teléfono. “Era Monchi. Se me iluminó la cabeza y tomé la mejor decisión de mi vida: irme al Sevilla”. A orillas del Guadalquivir no solamente se dedicó a frenar a cracks como Ronaldo Nazário de Lima, con quien siempre se las traía. También siguió estudiando. Se especializó como médico deportivo en San Fernando (Cádiz), agrandando su fama de tipo leído. De hecho, su libro (y película) favorito es El nombre de la rosa, una de las novelas más bibliófilas que se han escrito.
La carrera de Alfaro fue tan grande en respeto y admiración como escasa en títulos. El destino es tan caprichoso que el defensa, tan puntual, llegó demasiado pronto o un pelín tarde a la mayoría de los clubes. El Zaragoza posterior a su marcha ganó Copa y Recopa. El Barça no pudo repetir la hazaña de Wembley un año antes. El Atlético tocó la gloria con el doblete la temporada anterior a su llegada. El Sevilla levantó su primera UEFA meses después de que Alfaro hubiera vuelto al Racing. Aún así, el aragonés fue a Eindhoven a vivir con sus ex compañeros la goleada contra el Middlesbrough. En Santander jugó los suficientes partidos para renovar un año más y retirarse con 37 años. Sin ser un dechado de virtudes con el balón en los pies, su filosofía fue única: trabajo, trabajo y trabajo, combinado con una buena dosis de inteligencia. Según explicó el propio Alfaro en una revista del ámbito sanitario: “Aunque era una tarea muy laboriosa [compaginar el fútbol profesional con la licenciatura], significa una época muy bonita en mi vida. También hay que tener en cuenta que el futbolista profesional tiene mucho tiempo libre. ¿Pero qué ocurre? Que el futbolista tiene todo los alicientes para utilizar ese tiempo libre en todas las tareas menos en estudiar. No es sencillo ponerse a estudiar Anatomía Patológica cuando puedes hacer cinco cosas distintas y más atractivas. Sobre todo hay que tenerlo claro y tener vocación”.
Tan complicado como prepararse un examen de Anatomía Patológica antes de un Zaragoza-Real Madrid o un Racing-Barça parece remontar los ocho puntos que separan al Ibiza del playoff y soñar con el ascenso. Como entonces, Alfaro tratará de suplirlo con vocación de ganador.