Manuel Pérez Lima. Hace un par de años los agricultores canarios pudieron ver como una plaga destrozaba su cultivo de papas (patatas), a la que llamaban “el bicho”. Se comían parte de la papa dejándola llena de “agujeros”, haciendo estragos en la cosecha. Más de la mitad de la producción fue a parar a la basura y algunos agricultores incluso perdieron las semillas recolectadas en años anteriores por culpa de esta polilla.
El arbitraje español se está viendo afectado por una plaga similar al ”bicho”, que ataca al estamento más desprotegido del fútbol, el árbitro regional. Éste se encuentra sólo ante este ”bicho” que se cuela en los estadios con apariencia de buena persona, siempre dispuesto/a a colaborar, incluso los hay atrevidos que se incorporan al organigrama de los clubs. Quieren participar, están dispuestos a ayudar, hasta a entrenar a los más jóvenes, aunque no estén preparados para ello. Siempre camuflados, bajo el manto y el discurso de la apariencia, pasan por el radar sin ser descubiertos.
Una vez se encuentran dentro de los clubs, empiezan a ganarse la confianza de los directivos y aficionados que rodean al equipo. Actuando igual que el bicho en la papa destruyendo poco a poco la figura del árbitro, insultándolo, menospreciando su trabajo, animando a otros a que insulten y protesten, creando un aura de negatividad hacia la figura del colegiado, hasta conseguir su propósito: golpear gratuitamente. Son los energúmenos de este deporte.
Por su culpa, muchos árbitros están abandonando su deporte favorito y otros que se querían incorporar se lo piensan mucho antes de dar el paso. La imagen del colectivo está perdiendo fuerza y no se está haciendo nada para acabar con esta plaga.
En los últimos años estos ”bichos” se han convertido en los destructores de los valores del deporte. Los energúmenos se están reproduciendo a un ritmo altísimo por las gradas, sólo hay que acercarse a ver un encuentro de fútbol base, y los podremos reconocer porque les encanta llamar la atención, chillar a los jugadores, e incluso insultar delante de su hijo. Nadie les impide actuar así, incluso hay algún aficionado o compañero que le ríe las gracias. Suelen actuar en el deporte base donde hay menos control y sus víctimas tienen menos protección.
Ante estos hechos el árbitro se encuentra solo y desprotegido. Cuando se produce la agresión el colegiado está en la obligación de denunciar al energúmeno, pero poco más puede hacer. Así sólo acabaremos con una polilla y no con la plaga. Si queremos terminar de una vez con las agresiones de los colegiados, hay que tomar medidas serias y contundentes, desinfectar bien desde la raíz a la punta, finiquitar de una vez esta plaga que aprovecha la desprotección del árbitro para actuar.
El respeto se consigue con la unión de la confianza y la credibilidad: son elementos inviolables que pueden ayudar al colectivo. El respeto no debe convertirse en un objetivo y se debe ver como una imagen que se proyecta, que se gana y no se merece. La confianza es un ejercicio cotidiano de construcción colectiva, no se puede generar confianza en un grupo que no la proyecta. La confianza se consigue cumpliendo los compromisos aunque haya que tomar decisiones no muy populares.
La federación tiene que seleccionar a los clubs que quieran participar en la competición, estos tienen que pasar un filtro y deben estar libres de infección, no basta sólo con pagar las cuotas de inscripción y mutualidad. Aquellos clubs que no respeten las normas de comportamiento, el respeto hacia la figura del árbitro y el juego limpio deben ser automáticamente sacados de la competición. Hay que hacer un seguimiento a los clubs no sólo en la parte económica y deportiva, sino en su comportamiento y lucha en contra de la violencia en el fútbol. No se puede encender fuego con un fósforo mojado; la federación debe cumplir y expulsar a los clubes que no cumplan las normas de comportamiento, hay que crear una atmósfera agradable, de apoyo a los equipos que colaboran por erradicar a los energúmenos.
Apostemos de una vez por el Fair Play. La clave del juego limpio es que los jugadores enseñen a superar las diferencias raciales, lingüísticas y culturales jugando juntos. Más allá de los orígenes, significa sentir que se te juzga por tus cualidades como jugador, siempre que juegues bien para el equipo. Ahí reside la belleza del juego limpio.
El deporte debe servir también para enriquecer a los jugadores y, en especial, a los más jóvenes, pues con ello también aprenden y se divierten, además de ser bueno para la salud y sirve para enriquecer las relaciones con otras personas y deportistas. Por ello es fundamental la formación deportiva de los hijos.
Si queremos un ”campo de papas” del que nos sintamos orgullosos por su verdor y la futura cosecha cuando llegue el tiempo de la recogida, debemos evitar a este tipo de “bicho” inserto en nuestros clubes y campos que solo facilitan la sinrazón de algunos fanáticos que en su vida pinta más bien poco y pretende estropear el trabajo de otros. El partido da salida a sus frustraciones y limitaciones, ¡cuidado con él!