Hay fotos que no necesitan pie, pero esta lo grita a cuatro voces: una imagen poderosa, eléctrica, que resume lo que significa tener al jugador de la UD Ibiza Bebé sobre el césped. Cuatro jugadores del Intercity tratando de frenar al delantero caboverdiano como si intentaran atrapar el viento. Todos al paso del mismo hombre: el que lleva el 9, el que sacude defensas, el que pone en pie a Can Misses cada vez que arranca con esa zancada de potencia pura y clase desbordante.
Bebé no es un jugador cualquiera. Es espectáculo en carne y hueso. Llegó en invierno y en apenas siete partidos ya se ha convertido en pieza clave del engranaje celeste. Siete titularidades, cuatro goles y una sensación constante: cuando él toca el balón, algo pasa. No hay defensa tranquila ni grada indiferente. Tiene 34 años, sí, pero juega con la energía de un juvenil y la malicia de quien lleva toda la vida burlando marcas.
A sus 1,90 metros, se impone con presencia, pero lo suyo no es solo físico. Su técnica es de escándalo, su desborde una pesadilla para cualquier lateral y su visión del juego, un lujo que la UD Ibiza disfruta como oro en paño. Y para colmo, celebra muchos goles como si fuera un anciano con bastón, como si quisiera recordar a todos que la edad es solo un número y que la experiencia, bien llevada, es un arma letal.
Esta foto es mucho más que una acción de partido: es el retrato de un jugador que genera vértigo, que arrastra rivales como quien arrastra focos de atención, que lleva en las botas ese toque de magia que no se entrena. Bebé es el jugador al que todos miran, el que siempre aparece en la foto… incluso cuando lo rodean cuatro camisetas contrarias.
Porque el fútbol, al final, va de eso: de quienes marcan la diferencia. Y en esta UD Ibiza, el que enciende la chispa tiene nombre, altura y mucho colmillo.
Se llama Bebé… y hay que tener muchas piernas para seguirle el ritmo.