En el fútbol, a veces, el que menos tiene que perder es el que más daño hace. Y eso lo ha sufrido en carne propia una UD Ibiza que, cuando tenía todo a favor para meter tierra de por medio en la tabla, terminó mordiendo el polvo en su propio feudo. El colista Intercity, con el agua al cuello y el alma en el alambre, sacó petróleo en Can Misses (0-2) y dejó al líder con cara de circunstancias y un regusto amargo que tardará en desaparecer.
Los celestes desperdiciaron una ocasión de oro para hacerse fuerte en la cima, en una jornada que parecía pintiparada para dar un golpe sobre la mesa. Pero el fútbol no entiende de guiones preestablecidos, y lo que se presumía como un trámite acabó siendo una pesadilla. Un segundo tiempo calamitoso, la expulsión innecesaria de Monju y la falta de colmillo arriba condenaron a los de Paco Jémez, que ven cómo se esfuma una racha de ocho partidos sin conocer la derrota.
Atascados desde el pitido inicial
Desde el arranque ya se intuía que no iba a ser una mañana plácida. El Intercity, lejos de esconderse, saltó al césped con descaro y sin complejos. Los alicantinos merodearon el área con más frecuencia de la esperada, y Luca Storr tuvo en sus botas el primer aviso serio antes de que se cumpliera el minuto 10. Los visitantes olieron sangre ante una UD Ibiza espesa en la circulación, sin chispa ni precisión en los metros de gestación.
Aun así, el conjunto ibicista mostró sus armas a ráfagas. Bebé y Zarzana eran los que más picaban piedra por fuera, buscando desequilibrar en duelos individuales. Pero entre la espesura en tres cuartos y la pólvora mojada de Quique González, las llegadas acababan siendo fuegos de artificio. El balón merodeaba el área rival, pero sin filo, sin mordida. La grada, que empujaba, empezaba a impacientarse viendo cómo el líder se atascaba en la elaboración y naufragaba en el último pase.
Ni Álex Gallar ni Marc Domènech conseguían poner orden en la sala de máquinas, y aunque se acumulaban los centros laterales y las aproximaciones, el gol seguía siendo una quimera. La primera parte se fue al limbo entre el viento, las imprecisiones y una sensación creciente de frustración.
Una segunda parte que se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos
El paso por vestuarios no cambió el guion. Gallar tuvo una clarísima nada más arrancar, pero la mandó al limbo. El Ibiza empezaba a estirarse, a empujar con más corazón que cabeza, mientras el Intercity esperaba agazapado su momento. Y lo encontró. La expulsión de Monju fue el punto de inflexión que lo cambió todo. Una falta evitable en medio campo, segunda amarilla y a la ducha. Y a partir de ahí, el vendaval.
En la jugada siguiente, de un posible penalti en área rival se pasó al mazazo del 0-1. Transición fulgurante, Luca Storr se coló por el costado y definió con más fe que técnica ante Ramón Juan. El líder, con uno menos y tocado anímicamente, se quedó a merced del colista. Y cuando aún no se habían repuesto del golpe, llegó el segundo. Montero rompió líneas con una carrera demoledora y finiquitó con sangre fría. Golpe sobre golpe. KO técnico.
El Ibiza, desordenado y sin capacidad de respuesta, se fue diluyendo entre la impotencia y la resignación. Ni los cambios ni el empuje a la desesperada sirvieron para maquillar un marcador que retrató las carencias que parecían olvidadas pero que siguen ahí, latentes. Sin pegada, sin lucidez en el último tercio y con errores infantiles atrás, el líder volvió a mostrar su cara más vulnerable.
Una sacudida a tiempo para corregir el rumbo
Este traspié, aunque inesperado y doloroso, puede servir como un toque de atención en el momento justo. La UD Ibiza sigue liderando la clasificación y mantiene intactas sus opciones, pero necesita reencontrarse con su mejor versión para afrontar el tramo decisivo del campeonato con garantías. El calendario no perdonará más despistes y el margen de maniobra se reduce jornada a jornada. Tocará ajustar piezas, recuperar sensaciones y volver a pisar con firmeza, porque aún queda mucho por decidir… y los perseguidores no levantarán el pie del acelerador.