“Hasta aquí he llegado. Ahora sí, Grim-out más que nunca”. Jordi Grimau dibuja media sonrisa antes de citar a Kobe Bryant. Con ese juego de palabras, que tomó prestado de una de las estrellas que más le han inspirado como baloncestista, lleva toda la temporada repasando su vida, siempre legada a una cancha y una canasta. Cada semana, gane o pierda, suelta un recuerdo en su perfil de Instagram, reflexiona sobre los dolores y sensaciones de la jornada. Su retirada era, por tanto, un secreto a voces. El capitán y director deportivo del Bàsquet Sant Antoni, sin embargo, quería anunciar que cuelga las zapatillas de una forma más solemne. Sin pompa excesiva, pero rodeado de los suyos. Familia, directivos y trabajadores del club, patrocinadores, que son a la vez aficionados, políticos locales, y, por supuesto sus compañeros. Minutos antes de que empezara una rueda de prensa en la que Grimau se sentó en una mesa frente a cincuenta personas, la plantilla y el cuerpo técnico todavía entrenaban sobre el parqué de Sa Pedrera. Duchados y vestidos con el polo negro del club, los jugadores y técnicos que el propio Grimau renovó o fichó para alcanzar, como mínimo, el playoff en el que se encuentran en estos momentos, le escuchaban con atención. Y, de ellos, surgió el primer aplauso, una caricia en la espalda del 22 para evitar que la voz se le quebrara cuando empezó a dar las gracias a todas las almas que le han acompañado en un viaje por el baloncesto profesional que terminará alcanzando el mismo número de temporadas que su dorsal. “El camino que empecé con cuatro añitos, siguiendo el sueño de mis hermanos, y debutando en el segundo equipo del Barça me ha llevado a este momento… [aplausos] A despedirme rodeado de gente muy querida en el pueblo que siento como mío, Sant Antoni, y en el que será, para siempre, el club de mi vida. (…) Desde que soy adulto he tenido la fortuna de vivir del baloncesto. Invertí muchas horas cuando era adolescente y, de pequeño, ya lo viví en casa. Me ha dado valores, educación y me ha permitido ser un ejemplo para mis hijos. No sé cómo suena, pero [el baloncesto] ha sido mi vida entera. No tengo otra forma de medirlo”.
315 partidos en ACB (rindiendo a una media de 7,1 puntos, 2,3 rebotes y una asistencia por encuentro) y 371 en categorías FEB (con promedios de 10,9 puntos, y rozando los tres rebotes y dos asistencias en cada duelo). De enano, en el JAC de Sants, su barrio. Y, después, FC Barcelona, Club Baloncesto Monzón, Club Bàsquet Lleida, Gijón Baloncesto, Gandia Básquet Athletic, Club Bàsquet Tarragona, Cantabria Baloncesto, Club Deportivo Baskonia, Bàsquet Manresa, Murcia Club Baloncesto, Club Baloncesto Ciudad de Valladolid, Gipuzkoa Basket, Estudiantes y Club Deportivo Maristas de Palencia. Paradas infinitas hasta, pandemia mediante, llegar a la estación final: “He pensado durante muchos años que el baloncesto no había sido justo conmigo, no sabía que lo bueno venía al final. La perseverancia ha tenido premio. Mi regalo de fin de carrera era poder ser parte y vivir el ADN del Bàsquet Sant Antoni. Han sido un inmenso privilegio y un regalo estos cuatro años defendiendo esta camiseta”. Aunque los cuarenta y uno estén a la vuelta de la esquina, ¿se duda para tomar una decisión tan definitiva? “Nunca hay un buen momento para esto. Cumplo el deseo de retirarme estando al nivel competitivo de mis compañeros y siendo útil para el equipo. No quería correr el riesgo de esperar a que el físico o la evidencia me empujaran a tomar esta decisión. O, incluso, la tomara por mí. (…) Las piernas empiezan a ir un poquito menos, pero la ilusión de seguir luchando en estos partidos están intactas, y seguro que irán en aumento si somos capaces de alargar el playoff un poquito más”.
Agradecimiento a los patrocinadores
Cuando, después de reunirse con Vicent Costa y Marcos Páez, presidente y vicepresidente del Bàsquet Sant Antoni, trazaron la hoja de ruta del club nada tenía sentido si temporada a temporada el proyecto no crecía. La sorpresa, quizás, es que el salto fuera tan rápido (de EBA a la pelea por LEB Oro en menos de un lustro) y, a la vez, tan sólido: “Empezamos con dos pancartas y vamos a llegar a cien colaboradores. Me llena de orgullo ir por la calle y encontrarme con toda esta gente que nos está ayudando, muchos sin necesidad de tener un retorno. Nos ayudan por convicción”. Grimau, un jugador que en plena madurez ya empezó a fijarse en cómo se gestionaban los clubes con los que tuvo contrato, personalizó ese compromiso empresarial en los dos espónsors más grandes que ha tenido el Bàsquet Sant Antoni en estos años: “Toni Fumeral [alma mater de la cadena hotelera Ibiza Feeling Group] se atrevió a venir a ofrecer su ayuda. Sin él, el sueño que planteamos con Marcos y el presi no hubiera sido posible. Luego, Grupo Class nos ha dado un punto más y nos han hecho pensar que el baloncesto profesional va a ser posible. Toda la ayuda desde el que pone poquito hasta el que ha puesto mucho me parece impresionante. Es un motivo de orgullo ver a toda la gente que nos acompaña”.
Leyendo de refilón una chuleta donde había escrito su discurso, Grimau fue agradeciendo. “Antoni, Anna, Sergi, Roger” (padre, madre, hermanos: “Crec que hem fet història junts”). “Desiré”, su mujer, (“Qué brutal viaje juntos, has hecho que mi carrera se pueda sostener en el tiempo. Con tu respaldo y saber estar has sido el mejor acompañamiento posible”) y “Daniela, Elía, Sasha”, los hijos de ambos (“Heu allargat la meva carrera, sens dubte els millors anys de la meva vida: espero que el record dels dissabtes a la nit a Sa Pedrera us acompanyin per sempre”). “Toñi, Miguel y Miki”, su familia política (“Gracias por seguirme y acompañarnos a todos lados”). Luis Batalla y David Capdevila, “amigos de toda la vida” (“Siempre han creído en mí, mucho más de lo que he creído en mí mismo durante mucho tiempo”). “Toni Marí, director de comunicación del club, y familia”: “Encontrar a gente que te abra el corazón hace que todo tenga sentido”. Y, por supuesto, a Marcos [Páez], con el que ya se reunió hace más de una década para activar una aventura que, aunque tuvo que esperar, les ha convertido en amigos: “Me has dado la llave de tu sueño, sin ti, todo esto no podría haber existido”.
Que los últimos bailes sean una fiesta
Grimau quiere que sus últimos bailes sean apoteósicos. Quedan apenas tres días para que el Bàsquet Sant Antoni intente pasar por primera vez una ronda en la postemporada de LEB Plata. Recibirán al CD Enrique Soler melillense ante el público ibicenco. Y él, tan zorro como cuando roba un balón en defensa y se lanza al contraataque, aprovechó para invitar a todos los entusiastas del deporte que viven en la isla. “Tenemos que ser más que los mil trescientos que nos juntamos en el playoff del año pasado”. Es decir, que Sa Pedrera, un pabellón para el que también pidió que lleguen por fin “las mejores prometidas” por las autoridades competentes, sea una fiesta. Como las que ha vivido en estos últimos años con los jugadores, todos más jóvenes que él, con los que se ha dejado la piel en la cancha. “Mis compañeros me han hecho feliz. Ostras, creo que hemos llevado muy bien mi condición de jugador y directivo. Me enorgullece pensar que de los treinta o cuarenta jugadores que han pasado por aquí muy pocos hablarán mal de la situación tan extraña de tener a un jefe en la pista. Yo lo he disfrutado mucho. Me he sentido valorado… y rejuvenecido. Me ha dado mucha vida salir a cenar e, incluso, ir de fiesta con chicos de veintidós años. Ha sido una adolescencia tardía. Una persona de cuarenta años me imagino que tiene otra vida. Siempre le digo a mis hijos de broma que soy el padre más joven del colegio. Me he empapado de la energía de esa juventud que me han aportado y ha sido francamente divertido, la verdad”.
Grimau acabó la comparecencia respondiendo las preguntas de los periodistas. Después, fotos con sus dos hijas y su hija, muchos abrazos y alguna furtiva lágrima. El pabellón se vacío mientras por megafonía sonaban los últimos acordes de Lady Madrid –Leiva es el compositor pop preferido del escolta barcelonés– y en las cabezas de los asistentes no se había apagado el eco de las reflexiones en voz alta que acababan de escuchar en boca de un baloncestista al borde la jubilación. Como esta descripción, muy gráfica, de su oficio. Quien piense que se trata, simplemente, de ser lo bastante alto para meter un balón de seiscientos gramos de peso por un aro, situado a poco más de tres metros del suelo y de un diámetro poco mayor que el esférico, se equivoca: “La perseverancia que aprendí en mi casa, viendo jugar a mis hermanos, me ha permitido hacer realidad el sueño de ser profesional, aun no siendo ni de los mejores, ni de los más altos, ni de los más fuertes, ni de los más talentosos. Creo que la lucha que caracteriza a mi familia me ha llevado hasta aquí. Tengo pocos trofeos de los que presumir; creo que este será el mayor título que me voy a llevar… [emoción, ovación] poder transmitir a mis niños que luchando no siempre se gana, pero siempre acaba surgiendo una oportunidad y acabas siendo respetado”.