A las siete y media de la mañana los padres de Toni Riera ya se han marchado de casa. Su padre trabaja en una gestoría y debe ir a la oficina todas las mañanas para centralizar el trabajo que el resto de sus compañeros hacen desde casa. La madre de Toni tiene un empleo en el sector de la alimentación y también abandona pronto el domicilio. Cuando este hogar del pueblo de Jesús se queda vacío él lleva un rato despierto. Aunque no vaya al instituto tiene que ir clase. Después de vestirse y desayunar, enciende el ordenador y se pone a teclear. “Toni no era un experto en informática, pero cuando la necesidad aprieta te tienes que espabilar. Sus profesores le mandan la programación diaria y semanal para que pueda seguir con el curso. También ha hecho alguna vídeollamada para resolver dudas. Su rutina es casi la misma que tendría si siguiera yendo al centro”, dice su padre. Toni tiene quince años y es alumno de tercero de ESO en el Isidor Macabich. Lleva el curso “bastante bien” y el confinamiento “no demasiado mal”. Su padre cree que es cuestión de carácter: “Toni es un chico alegre, muy positivo y siempre ríe”. Solamente hay una cosa que le supera: haberse quedado sin fútbol. “Es su gran pasión. Me alegra que no descuide los estudios y que tenga las ideas tan claras. Por eso se pasa todo el día leyendo, viendo vídeos y recopilando información sobre su deporte favorito, que le enriquece mucho como persona”, cuenta su padre.
–Lo primero que haré cuando pueda salir de casa será ir a Can Misses y reventar la portería de un disparo.
Dice bromeando Toni, que juega de mediapunta en el equipo cadete del Ibiza. No pone un pie en la calle desde el 14 de marzo. Seis semanas que se habrían hecho aún más largas sino existieran todas las herramientas de comunicación que hoy disfrutan los adolescentes. “Siempre le explico –y a él le gusta preguntarme– que si esto nos hubiera ocurrido a su madre y a mí cuando teníamos su edad ahora nos estaríamos subiendo por las paredes”, dice su padre. Con los amigos habla Toni a última hora de la tarde. O se ven por la cámara del móvil o juegan al FIFA o al Fortnite en la Play Station, siempre después de haber acabado sus tareas. Este quinceañero tiene fama de ser un chaval ordenado: cuando cierra los libros –alrededor de las dos de la tarde–, come y descansa se pone a hacer ejercicio. “Echo de menos entrenar con los compañeros o jugar partidos, pero me estoy manteniendo en forma todo lo que puedo. En la urbanización donde vivimos tengo suficiente sitio para tocar un poco el balón, pero me falta espacio para correr y hacer cardio”, explica el futbolista de la Academia celeste. Toni es hijo único y, al haber cumplido los quince a principios de marzo, no podrá salir a la calle a partir de este domingo. “Cuando me enteré me dio un poco de rabia, pero como supe que salir no significaba volver a jugar a fútbol tampoco me preocupó tanto. Sé que algún día esta situación se arreglará y volveremos a la normalidad”, dice.
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El silencio que disfruta Toni en su habitación todas las mañanas contrasta con el bullicio que debe armarse en el piso del centro de Vila donde vive la familia Costa Ferrán. David y Sara son padres de cinco hijos. El mayor, Israel, tiene diez años. Le sigue Javier, con ocho, y dos menos que él tiene David, el hermano que está a caballo entre los mayores y los chicos. Carlota, de cuatro años, y Gabriel, que solamente tiene quince meses, son los pequeños de una familia muy vinculada al Ibiza. Los tres primeros hermanos se forman en la Academia y es habitual ver a los siete –dos padres y cinco hijos– en los partidos que el primer equipo juega como local. “Realmente, el confinamiento no ha cambiado tanto nuestra vida en algunas cosas”, dice Sara, la madre del clan, “porque cuando tienes tantos hijos es esencial mantener buenas rutinas. Ahora, claro, es más importante que nunca. Hemos aprendido a dividir todavía mejor los espacios, sobre todo en la cocina y en el comedor, que es donde más vida hacemos”.