El portero se doctora en el banquillo

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Vicente Román
El vigués da órdenes desde la banda en un partido el Sant Rafel de esta campaña.

diariodeibiza.es —Retirase con más de 40 años no lo puede decir cualquier jugador, aunque juegue de portero.
—¡Joder!, es que físicamente estaba perfecto. El fútbol era mi vida y hasta me pasaba noches sin pegar ojo pensando en la retirada. Reconozco que también me gustaba ser el abuelo del vestuario.

Socarrón y con una voz carrasposa que esconde un acento gallego que irá recuperando según la conversación se vaya adentrando en los inicios de su carrera en su querido Vigo, Vicente Román explica, casi sin quererlo, que aunque esté frisando los 50 (cumplirá 49 el 8 de agosto), el porqué de que se le considere «un entrenador que está aprendiendo, aunque lleve 30 años en el mundo del fútbol». No en vano, que la temporada que haya finalizado recientemente para su Sant Rafel haya sido la de su debut en Tercera lo dice todo. Pese a su edad, en su currículum, como primer espada, solo figuran dos años en Regional con el Puig d’en Valls, «club modélico, que no se gasta un duro más de los pocos que tiene», al que llevó a disputar la Preferente el curso pasado, prologando el brillante subcampeonato que en esa división obtuvo la semana pasada el club pistacho, ahora guiado por Juan Ibáñez, Buti.

Sonriente y relajado, traspasado el negocio de ropa deportiva que regentaba desde hacía años en Vila y centrado en el balompié, Román cierra con balance «más que positivo» su primer año como técnico en el grupo XI: «Nos costó arrancar, pero los chicos se han comportado como profesionales pese a todas las dificultades que hemos pasado. La primera, que nos quedáramos con pocos jugadores del año pasado. La segunda, que muchos vinieran directamente de Regional y formaran un bloque muy joven. Y la tercera, que fichajes como Juanma o Iván Morales, que tan bien nos han venido, no llegasen hasta el mercado de Navidad».

Un proyecto de tres años
Con esos mimbres, Román ha firmado un séptimo puesto con sabor a notable alto. Tiene tres años en el contrato. «Ojalá que los pueda cumplir y vayamos haciendo un proyecto cada vez más ambicioso. Me encantaría entrenar a un equipo que apostara por el toque, pero hace falta paciencia para ensamblar un bloque así», espeta, consciente por otra parte de las dificultades económicas por las que pasan los clubes de fútbol modestos. Entre ellos, el suyo. La directiva debe tres meses a unos futbolistas «que no han bajado los brazos» en un final liguero con el que se llegó a vislumbrar la frontera del play-off. «No era nuestra guerra», se desmarca el que fuera exguardameta de la SD Ibiza y la Peña Deportiva, al que los goles de Adrián Ramos (17) y Salinas (14) le sacaron del atolladero en el que se metió entre las jornadas ocho y doce. Durante esas cinco derrotas seguidas no sintió la amenaza de la destitución. Sí, en cambio, la presión de que todos le miraban, que afición, directiva y jugadores esperaban un golpe de varita mágica que recondujera el rumbo de una nave que parecía, en aquel momento, añorar en demasía al capitán Ormaechea.

Por estos últimos, por los futbolistas, es por los que más sufrió Román, según confiesa. «Con un equipo de cojos no llegas a ningún lado, pero con uno de estrellas que no forman un grupo cohesionado, tampoco. Tenía miedo en que ese bache rompiera la unidad que hemos tenido todo el año. No fue así».

De tensión andaba curado: «He sido portero toda la vida. ¿Alguien se acuerda cuando un delantero falla? En cambio, como la pifie el que está bajo palos… malo, malo. El único que tiene más papeletas de llevarse pitos es el árbitro», esgrime este ex del Celta, donde creció intentando pararle disparos en los entrenos al único capaz de interrumpir la racha de cinco pichichis de Hugo Sánchez: Baltazar, ese evangelista brasileño que se ganó el apodo de El Artillero de Dios.

Estuvo un par de años con los séniors celestes. No llegó a debutar en Primera, pero tuvo el placer de estrechar la mano de una leyenda: el realista Luis Miguel Arconada, su ídolo de infancia junto al madridista («y gallego, que era de Ourense»), Miguel Ángel, al que tras un partido en Odessa –actual Ucrania, entonces, la URSS– de Copa de Europa apodaron como El Gato. De observarle, Román sacó sus reflejos, su mejor virtud como arquero. Como céltico solo jugó un partido de Copa del Rey. En 1991 llegó a Eivissa, su casa, la isla donde no siente «demasiada morriña» de su Galicia natal. En las Pitiüses lo pasó muy bien, «con el ascenso a Segunda B con el Ibiza», pero también muy mal: una artritis casi le deja sin caminar. De los 29 a los 33 estuvo casi retirado, pero le convenció José Antonio Navarro para que volviera a Sa Deportiva a finales de los 90. «Jugamos cada uno una parte», le ofreció el desaparecido meta.

En mitad de la charla, Román da en el clavo: «Ya sé por qué aguanté tanto ¡Si hasta los 17 no me federé! Suena increíble, pero es que mi padre, un tío de mar, que era jefe de máquinas en un mercante, me lo tenía prohibido. Me buscaba la vida echando partidillos en cualquier trozo de césped, que en Galicia sobra. Al final, me salí con la mía: estuve un verano en un equipo muy malo, el Priegue, y de allí me fichó el Celta para el juvenil ¿Suena increíble, no? Ahora no voy ni a las pachangas, vivo por el banquillo: nunca había disfrutado tanto del fútbol».

Como un peñista más: «Apuesto por la Peña, la isla necesita estar en Segunda B»
Vicente Román no es solamente antiguo compañero de armas –en la SD Ibiza y el Yeclano– de Mario Ormaechea. Con él ha saboreado un ascenso a Segunda B como deportivista (91/92), pero también se ha encerrado en un vestuario por culpa de los que sobrevolaron por Can Misses durante la temporada siguiente. «Somos muy amigos y le deseo todo lo mejor en el ‘play-off’. Estoy convencido de que, en la ida [mañana a las 12 horas], en Santa Eulària, si se consigue un buen resultado contra La Hoya Lorca, se subirá». Así, en primera persona, habla Román de la Peña Deportiva, un club en el que ha militado «jugando tres promociones» a principio de siglo, pero sin llegar a ascender. «Es que la isla necesita a un equipo en Segunda B: es un aliciente que evitaría que esto se siga muriendo. Y lo mismo le deseo al Formentera: con Luis Elcacho aprendí mucho cuando estuve de entrenador de porteros en la UD Eivissa. Tendrán también sus opciones, será un junio muy largo».

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