Pablo Sierra del Sol El Ibiza tiene imposible cerrar el curso con una media de sobresaliente, pero progresa hacia el notable a buen ritmo. Aún quedan tres jornadas por disputarse, nueve puntos en juego. De conseguirlos, el notable que podría estamparse en la cuartilla de notas del equipo que entrena Pablo Alfaro podría ser, incluso, alto. Para ello habría que asegurar la séptima plaza e intentar asaltar la sexta, en propiedad del San Fernando ahora mismo (a tres puntos de distancia), o, incluso, la quinta, ocupada por un UCAM Murcia en caída libre y seis puntos por encima de los ibicencos. Motivaciones que pellizcarán el orgullo del equipo de Can Misses para subir nota. En cualquier caso -siempre que no sean octavos, claro- clasificarse para la próxima edición de la Copa del Rey estaría asegurado.
Los últimos partidos del equipo celeste han mejorado el rendimiento y, sobre todo, la imagen del equipo. Después de tres empates seguidos que dejaron desesperación y sensación de debilidad, una victoria contra el Cartagena, un empate de mérito en La Condomina contra la UCAM Murcia y goleada al Jumilla. Una cosecha que no da para tirar cohetes porque llega, quizás, demasiado tarde, cuando la liga de Segunda B está a punto de agotarse, pero sí deja frutos interesantes. Demuestra que el grupo unionista quiere crecer y que se plantea el negocio del ascenso como una carrera de fondo.
Construir. Ese es el verbo que más está utilizando Pablo Alfaro cuando comparece ante los medios. El entrenador del Ibiza no ha perdido la sonrisa desde que llegó. Cuando la pelota no entraba y se concedían goles inocentes (aquellos tres empates seguidos fueron duros de sobrellevar porque la promoción y el sobresaliente eran hitos que se escapaban) la bonhomía de Alfaro servía para tirar balones fuera y ganar tiempo, un bien escaso para un técnico que llega al cargo cuando solo falta un tercio de liga por disputarse. Ahora, el buen rollo de Alfaro (“parece un profesor de filosofía”, lo definió un compañero gráfico después de una de sus primeras intervenciones ante los micrófonos) sirve para expresar la satisfacción de los planes que salen bien.
El maño dijo tras la contundente actuación de los suyos ante el Jumilla que los mensajes que se lanzan en público para apretar tuercas (no queda tan lejos la llamada al orden a Jordi Sánchez, Javi García o cualquiera que se dejara seducir por la indisciplina; queda mucho más cerca las clases de repaso que ha anunciado que recibirá Mariano esta semana para que expulsiones absurdas no empañen los detalles que va dejando el central argentino en sus primeros encuentros como celeste) o alabar el trabajo convertido en fútbol serio y, ayer, bello de los jugadores que entrena sirven para mucho. Son el termómetro que calibra la temperatura de un Ibiza que ha dejado de pasar frío porque, dos meses después, ha empezado a descifrar el lenguaje del nuevo entrenador. Alfaro, con una temporada más firmada, espera que a partir de agosto, cuando la pelota ruede de nuevo en la división de bronce, goles como los que Raí, Cirio -dos veces- o Iosu le metieron al Jumilla sean habituales. El míster sabe, y recalcó, que partidos como el de ayer son los que gustan a la hinchada, levadura para una masa social que sueña con ver a su equipo peleando el ascenso de forma seria. Ese reto queda pendiente para el curso 2019/2020. El técnico aragonés es consciente de que los escalones no se pueden subir de tres en tres: de ahí que recalque a sus alumnos que hay que acabar la temporada como motos. Porque para llegar a la matrícula de honor antes hay que pasar por el notable alto.