Adéu, Doctor Ros

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Por Pablo Sierra del Sol

Toni Torres descuelga el teléfono y siente que una parte de su vida acaba de morirse cuando se entera del fallecimiento de Antonio Juan Colomar. O, mejor dicho, de Ros, el empleado más longevo y carismático que ha tenido la Peña Deportiva a lo largo de su historia. Al menos, de la más reciente. “Cuando, a principios de los setenta, yo entré en los equipos infantiles del club, Ros ya se encargaba de mantener el campo”, cuenta Torres, “y cuando volví a la Peña como secretario técnico tantos años después, seguía allí, haciendo de delegado o de lo que hiciera falta, siempre con buen carácter y simpatía. Y sin pedir nunca nada a cambio”.

En Santa Eulària des Riu muchos sabían que Ros tenía pachucho el corazón. Joan Marí, Dalias, dice que hace unos meses se llevaron un susto cuando tuvieron que ingresarlo en el hospital de Can Misses. Toni Torres, curiosamente, lo vio entrar y salir varias veces del hospital poco antes de que allí muriera su padre por las mismas fechas, el pasado febrero. “Pero parecía que estaba mejor. No hace tanto lo vi con su clásica mobilette, la que solía usar para ir de su casa al campo”, dice Torres. Dalias añade dos fechas que demuestran que Ros se ha marchado de este mundo con el uniforme de peñista puesto. Un domingo de noviembre colaboró como siempre en la preparación del arroz de matanzas que cocina anualmente el club. “Y el miércoles vino a ver al equipo ganarle al Mercadal. Unas horas después murió. Le dio un infarto y no se pudo hacer nada”.

A Dalias se le nota emocionado cuando busca las palabras para definir qué ha sido este hombre para la entidad. Para el pueblo. Para el fútbol de la isla. “Un referente de compromiso y humanidad que merece un homenaje. Alguien que abarca muchas épocas. Cuando yo era cadete, él ya se encargaba de preparar la ropa al equipo amateur y de mantener el campo con los pocos medios de que disponía. Se llevó bien con todo el mundo. Nunca distinguió entre jugadores del primer equipo o chavales de la cantera. Sufrió como el que más y, encima, se sacrificó por la Peña pese a tener una vida muy difícil”. El tiempo dirá cuándo se celebrará el homenaje que Dalias no duda que la directiva peñista promoverá próximamente. De momento, sí quiere pedirle la Peña al Binissalem que se guarde en el campo de los mallorquines un minuto de silencio. Sería mañana, en la última jornada de Tercera que se juega en 2018, y honraría la memoria “de un señor de los que ya no quedan en el fútbol”.

Lo dice Nacho Villodre, que cuando fue niño en Carabanchel conoció muchos utilleros, delegados y encargados de mantenimiento (a veces, todo a la vez) que se parecían mucho a Ros. “Es gente que le daba sentido a los clubes de fútbol en su dimensión más social. Cuando yo llegué a la Peña, él acababa de trabajar en la carpintería, venía al campo y ayudaba en lo que hiciera falta. Así cada día todas las semanas. Cuando se retiró como delegado siguió viniendo todos los domingos. Va a ser muy raro no verle en la grada”.

Entre el público del Municipal de Santa Eulària no asomará nunca más su barba canosa y lejos de allí también le lloran. Guillem Vallori, el compañero de zaga de Villodre durante algunas de las mejores campañas de la Peña en Tercera, recuerda, muy emocionado, que al poco de llegar al club ibicenco le contaron la desgracia de Ros. Que una hija suya -que heredó precisamente afición futbolera- había desaparecido y nunca se había encontrado al asesino de la chica. Que otra hija había fallecido poco después en un accidente de coche sufrido en Granada. “Saber que había sufrido y sufría tanto, porque esas heridas se llevan para toda la vida, y ver que siempre estaba disponible para todo el mundo, que te escuchaba y te ayudaba, que se entregaba a los demás, me hizo quererle todavía más. La última vez que jugué en Santa Eulària, hace año y medio, nos dimos un abrazo que me llevaré para siempre”, explica Vallori desde Palma, donde sigue activo en el Atlético Baleares a sus 36 años.

Como peñista Ros celebró tres ascensos a Segunda B. Viajar a Don Benito en 2008 fue uno de sus últimos servicios como empleado de la casa… si es que alguna vez lo dejó de ser porque nunca abandonó la costumbre de vender rifas, lotería, sobrasadas o lo que hiciera falta para que cuadraran las cuentas del club de sus amores. Su mujer siempre estuvo a su lado. “Los premios que le dieron en varias galas del deporte en Ibiza y el reconocimiento que le hizo la Federación Balear fueron más que merecidos. En Mallorca se quería mucho a Ros. Para mí fue fundamental tenerlo conmigo cuando entrené a la Peña en los ochenta. Le conocía de antes, cuando fui portero, pero nunca le había tratado y al llegar a la Peña descubrí que con su humildad era capaz de generar un ambiente fantástico”, dice Tolo Darder.

El corazón de Ros ha dicho basta pasados los setenta. En su momento, futbolistas como Sisamón o Pepe Furné le apodaron El Doctor porque curaba las penas con su bonhomía y aliviaba las molestias físicas con agua milagrosa (los médicos deportivos y fisioterapeutas eran entonces ciencia ficción) no ha podido alargar más la prórroga de la vida. Cuando la Peña Deportiva anunció antes de ayer en Facebook su pérdida se multiplicaron los comentarios de amigos, ex jugadores, entrenadores, rostros de otros clubes y vecinos de Santa Eulària. Bastan estas palabras escritas por Adrián Rosa, uno de los niños que juguetearon en el campo de tierra que él pintaba y repintaba, para ser conscientes del hueco que deja Antonio Juan Colomar en la Villa del Río: “Bondad, sencillez, generosidad, amabilidad, educación; yo le echaba de menos ya en el campo en su silla de delegado, ahora aún más se te va echar en falta, Ros. Descansa en paz. Una gran pérdida de una bellísima persona”.

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