Caio lleva las caras de sus padres tatuadas en su pecho. A sus abuelos se los ha inyectado con tinta en los brazos. En el izquierdo un tatuador dibujó una cámara de fotos, la gran pasión de Ercilio, el padre de su madre. En el derecho, un camión y en la luna del camión, dos nombres: Wilson –que se ganó la vida cargando mercancías por las carreteras de Brasil– y Ciscera –que trabajó como profesora en una escuela. Sus abuelos paternos.Sus veintiún años de vida han estado marcados porel deseo de ser futbolista profesional y por las crisis que han sufrido Brasil –el país donde nació–, España –el país donde se crió– y nuevamente Brasil –el país al que regresó con catorce años. Cuando era un niño de cuatro llegó con sus padres a Ibiza. Huían de la regresión económica y la inseguridad. Europa, España, Ibiza parecían la tierra prometida. En la isla prosperaron –ella, Sylze, montando un negocio de limpieza y mantenimiento de casas; él, Wilson Junior, abriendo una empresa de construcción– hasta que estalló la burbuja inmobiliaria.
Lo vendieron todo, dice Caio, para volver a Brasil, que en 2011 también parecía la tierra prometida, con un Mundial de fútbol y unos Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina. Ser y parecer son verbos que suelen llevarse mal. Caio dice que el regreso a la patria fue una decepción. La economía se estancó y los negocios que abrieron sus padres en Maringá, la ciudad de Paraná de donde son originarios, al sur del país, no prosperaron. Por eso hace diez meses que volvieron a la isla en la que él fue niño. Dice también Caio que los tatuajes son una forma de vencer al desarraigo, de no olvidarse de sus orígenes ni de la gente que más le ha empujado para seguir persiguiendo el sueño de vivir algún día del fútbol. Delantero chiquitito y rematador, si hay algo más valioso para él que el gol es su fe en Dios. Caio está bautizado por el rito evangélico. En la parte inferior de su antebrazo derecho lleva su tatuaje más profundo. En portugués y escrito con una caligrafía curvada se lee: “Mayor el espíritu que habita en mí que el que está en el mundo”. Es un pasaje del evangelio según San Juan. El versículo cuarto del cuarto capítulo, concretamente. El favorito de Caio Henrique Rocha de Almeida Prado.
Pantalones claros y rotos, pendiente en la oreja, los tatuajes mencionados y un flequillo medio levantado. Acostumbrado por la tele al look de niños buenos que lucían Kaka o Valerón, no estoy frente al típico futbolista evangélico ni, tampoco, en el típico lugar donde uno esperaría encontrarse al típico futbolista evangélico. Caio habla sentado en un sofá de diseño color blanco situado en el centro de una galería de arte de decoración minimalista donde se pincha house, se bebe champán y se come sushi cuando en verano se inaugura una exposición. Las etiquetas llevan al engaño. Ser y parecer son verbos que suelen llevarse mal. La galería de arte es, al mismo tiempo, iglesia evangélica. Los dueños de la galería ceden el espacio a la Iglesia Vida para que se reúnan, recen y celebren misas sus doscientos fieles, entre los que se cuenta Caio, que sin necesidad de que le pregunte dice sobre su aspecto: “Hay algunas iglesias pentecostales y protestantes que son estrictas con la manera de vestir y controlan mucho a sus fieles. La nuestra no lo hace. Dios te quiere tal y como eres. Le da igual que te tatúes o te hagas un pendiente. Dios quiere que hagas buenas obras, que te comportes con compromiso, con ética. Nada más. Y aunque peques, te va a abrazar fuerte, siempre”.
Al lado del brasileño está sentada su antítesis, que se llama Matías Vivaldo. Si Caio no llega al metro setenta, Mati mide más de metro noventa. Si Caio se tiñe el pelo de rubio, Mati luce una melena lacia y oscura. Si Caio se tinta sus brazos mestizos, los de Mati son blancos y largos como juncos. Si Caio es vistoso en el vestir, Mati lleva jeans y camiseta negra: parece estar preparado para salir al escenario en medio de un concierto a colgar una guitarra eléctrica en el cuello de Andrés Calamaro. Si Caio habla rapidinho, Mati tiene un platicar meloso y sosegado. Si Caio marca goles, Mati los para. Ambos juegan en el Inter Ibiza, un club que fundó el médico argentino Carlos Fourcade en 2015 y que juega desde entonces en Regional con mayoría de futbolistas latinoamericanos. Mati y Caio también rezan en la misma iglesia. Porque Matías Vivaldo es diferente a Caio Rocha en todo menos en la fe evangélica, que quema en su corazón con la misma fuerza que en la de su compañero de vestuario. Juntos ayudan a guardar al pastor de su congregación una cruz de madera en el almacén de la galería de arte.
Los dos crecieron en hogares evangélicos. Desde el principio, Dios estuvo tan presente como el fútbol en sus vidas. Habla Mati:
–Antes de que naciera, mi madre cayó enferma. Los médicos detectaban una fuerte anemia de motivos desconocidos. Cuando la medicina no alcanzó, recurrieron a la brujería. Fueron a buscar a una bruja, pero la bruja se había convertido a la fe evangélica.
Ella fue quien invitó a la abuela de Mati, una emigrante nacida en Galicia, a una reunión de su iglesia. A la abuela le impactó lo que vio y llevó a su hija, la madre de Mati, a una misa. “A la semana de conocer a Jesús, mi madre ya se encontraba bien”, dice el portero, “y al tiempo mi padre también empezó a ir. Yo fui desde que era muy pequeño, pero tuve mis confrontaciones cuando llegué a la adolescencia. Era una persona de hechos y me costaba mucho creer. Siempre buscaba el pero. Me alejé de Dios. No me faltaba dinero ni mujeres, tenía el fútbol, pero notaba que me faltaba algo. Ahí fue cuando empecé a sufrir de ansiedad. Llegó a ser tan alta que me arruinaba incluso los momentos en los que jugaba a fútbol”. Un ataque de pánico le hizo marcharse corriendo de un partido de fútbol-tenis que estaba jugando con sus amigos en una cancha situada en el condominio privado donde vivía con sus padres, cerca de Ezeiza. “A las tres cuadras, me desplomé. Me acuerdo que me caigo al piso y sin saber por qué me viene a la cabeza un versículo que mi madre siempre dice: ‘Todo lo puedo en Cristo que me fortalece’, Filipenses, 4:13”.
Entonces sube a casa, reza, le pide a Dios una señal y siente una paz absoluta que “no había conocido nunca”. Se pasa tres días sin salir a la calle, orando. “Feliz”.
–Mi padre fue futbolista profesional y ahora es entrenador. Ha dirigido en Primera División de Uruguay y Colombia y ahora está en Chacarita [Juniors], de la Segunda argentina. Mi padre era portero y nos criamos con mi hermano, que es cuatro años menor, siguiéndole un poco a él. Nos influenció mucho a los dos, aunque mi hermano juegue de delantero. Siempre estábamos en sus entrenamientos, volviendo locos a los utilleros, robándoles los balones, todo el día de aquí para allá. Yo empecé de grande a jugar a fútbol, con diez u once años, y de entrada fui para la portería. Cuando le agarrás el gusto a la portería no te lo saca nadie. Es el puesto más ingrato pero al mismo tiempo es el que uno ama. En todo momento estás al borde del error y una pelota decide si te convertís en héroe o en villano. Mi padre se retiró a los 42 años, cuando yo tenía catorce, y, después, siguiéndole como entrenador también me sirvió mucho para ver el otro lado del fútbol, el que vive el cuerpo técnico.
Mati habla con admiración de su padre, Jorge Antonio Vivaldo, El Flaco. Ex de una infinidad de equipos modestos del fútbol argentino (Deportivo Español, Arsenal de Sarandí, Colón de Santa Fe, Olimpo de Bahía Blanca y, por supuesto, Chacarita) y seguidor indiscutible de la escuela que creó un portero que luego se hizo muy famoso en España como comentarista deportivo:
–Mi padre es fanático del Loco Gatti. Siempre tuvo ese perfil: salidor y contundente en el juego aéreo. Con la vestimenta, también: jugaba de rosa u otros colores llamativos, siempre usaba una vincha [señala en su frente una cinta imaginaria]… A nivel de influencia fue una persona importante, casi siempre capitán en los equipos en los que estuvo. Quizás aquí en Regional no, pero en el fútbol profesional hay dinero, primas, contratos, lesiones… Uno, como capitán, maneja muchas más cosas y hay que ser inteligente porque tus decisiones van a unir o separar un grupo. Yo me crié viendo vídeos de Gatti. Hoy uno tiene a Neuer, que aunque es un poco más sobrio, tiene un estilo parecido. Yo intento seguir esos ejemplos y me esfuerzo para llegar el primero e irme el último y ser equitativo con todos mis compañeros.
El Flaco Vivaldo estuvo en una docena de equipos durante su carrera. Bianchi lo quiso llevar a Boca Juniors en la última etapa de su carrera, pero el director técnico renunció a su cargo después de perder la final de la Libertadores de 2004 contra los colombianos del Once Caldas y los directivos xeneizes descartaron al arquero sin avisarle personalmente. Fue un golpe durísimo para su moral. Vivaldo nunca salió de Argentina pero una vez estuvo a punto de cruzar el Atlántico. Su destino hubiera sido la Unión Deportiva Las Palmas. El abuelo de Mati era italiano pero ni él ni su padre tienen pasaporte de la Unión Europea. “Creo que mi abuelo fue el único italiano en renunciar a su nacionalidad cuando llegó a la Argentina… y sin querer le arruinó la posibilidad a su hijo de jugar en España. Las Palmas ya tenía cubiertas las tres plazas de extranjeros, le descartaron y trajeron a Nacho González, otro portero argentino que sí tenía pasaporte italiano”.
A Vivaldo hijo tampoco le ha sobrado la suerte durante su carrera. Con veinte años se rompió el cruzado en un momento clave. “Iba a firmar mi primer contrato profesional en Uruguay con el Central Español el 5 de enero. El 3 de enero me rompo la rodilla”. Por delante tenía ocho meses de recuperación. “En ese momento conocí realmente a Dios. Fue mi cable a tierra y mi cable al cielo al mismo tiempo. Antes de la lesión yo sufría muchos ataques de ansiedad, que se me pasaron cuando prometí que iba a dejar el fútbol para seguir a Dios”.
En mitad de su rehabilitación se encuentra con el presidente de los Atletas de Cristo durante la celebración de un congreso evangélico. Le ofrece ir a un club italiano, el Almas Roma, el siguiente diciembre. Un equipo regional en las catacumbas del Calcio para recuperar el feeling con la portería.“No firmé porque no pude tramitar el pasaporte y, entonces, Fourcade me propuso venir al Inter. Estuve unos meses y me fui a Verín a conocer a la familia gallega de mi madre. Después volví a Ibiza para jugar en el Sant Rafel y este verano he estado probando en el Jumilla de Segunda B. Pero sigo ocupando plaza de extracomunitario, ya he pasado los veintitrés años y no pude fichar. Así que he vuelto al Inter para intentar subir a Tercera”.
La madre de Caio tiene antepasados croatas que se convirtieron al evangelismo después de emigrar a Brasil. Su padre fue católico hasta que se convirtió en evangélico al conocer a su mujer. “Al nacer en una familia evangélica es más fácil conocer a Dios. Pero como dice Mati, al mismo tiempo, tú lo quieres sentir en propia piel y te preguntas cómo conseguirlo”. Mudarse a Brasil con catorce años fue fundamental para conectar con su fe. Hasta entonces, la religión había sido algo accesorio en su vida. A las semanas de vivir en Maringá se marchó unos días con sus primos a un retiro espiritual. Allí vio a Dios. Según dice Caio, literalmente. “El pastor empezó a rezar en voz alta y al escucharle, me caí al suelo y se me apagó todo. Vi una luz fuerte. Muy fuerte. Vi a un hombre viniendo hacia mí, pero no veía su cara. Llegó hasta mí y me dijo: ‘Hoy me has conocido de verdad. A partir de ahora estaré contigo’. Desperté y estuve llorando en el suelo un montón de rato”. En ese mismo encuentro el pastor le ofreció bautizarse y Caio no dudó. Pero abrazar la fe, dice, no implica vivir cuesta abajo:
–El problema de ansiedad que tuvo Mati me pasó a mí al volver a España tantos años después. Por el problema con los papeles sientes que pasan por delante de ti oportunidades que no puedes coger. Antes de venir a Ibiza fui a Inglaterra y estuve haciendo pruebas con varios equipos. El Bury, el Doncaster y el Hartlepool [tres clubes de las divisiones inferiores del fútbol inglés] me querían, pero no pude firmar con ellos por no tener pasaporte español. Hasta que salí del Curitiba y me quedé sin nada todo me había ido muy bien en mi carrera futbolística. Ahí es donde se ve la fe: cuando todo va bien nadie le da importancia a Dios; cuando todo va mal, le decimos: ayúdame.
Caio juega en Regional años después de que su vida futbolística estuviera programada de otra manera. Aquí va un breve extracto de su currículo: Sant Josep, de los cinco a los diez años. Bahía San Agustín, de los diez a los doce. Prueba con el Villarreal a los nueve años. No se queda en la residencia porque implica separarse de su familia. El Villarreal le dice que tres o cuatro años después volverán a intentar ficharle, pero el Mallorca se adelanta y se lo lleva en infantiles. La familia Rocha de Almeida se muda de isla y Caio está dos temporadas jugando con canteranos como Marco Asensio antes de regresar a Brasil y pasar las pruebas para entrar en la cantera del Curitiba.
–¿Te costó adaptarte al fútbol brasileño?
–Al volver empecé a jugar en equipos de Maringá para mantener la forma y me asusté bastante. La estructura que tenemos aquí en cualquier equipo de pueblo o de barrio es muy grande comparada con Brasil. Un club regional no tiene ni vestuarios en el campo ni ropa de entrenamiento. Cuando jugué mi primer partido, el entrenador nos dijo: “Podéis ir cambiándoos”, y yo miré a mi alrededor pensando “¿dónde nos cambiamos?” Nos pusimos el uniforme delante de la gente que había venido a vernos y mi madre me dijo: “Te voy a sacar una foto para enviársela a tus amigos de Mallorca para que vean cómo funciona el fútbol en Brasil”. Aquí estamos acostumbrados a la ropa buena y al agua caliente de las duchas, pero la gente se queja muchas veces porque no han visto la otra realidad.
La cantera del Curitiba, una entidad grande, ya era otra historia, mucho más parecida a las categorías inferiores del Real Mallorca. Los clubes brasileños cuentan con ojeadores que recorren el gigantesco país buscando piernas y cuerpos llenos de talento o fortaleza física. En los equipos donde jugó Caio “solamente cinco o seis futbolistas”, incluyéndole, eran del Estado de Paraná. “Brasil es muy grande y fichar por un equipo del sur obligaba a muchos a vivir a miles de kilómetros de sus familias. Eso se sufre mucho, más aún cuando eres joven. Yo me preocupaba de que estuvieran bien y me los llevaba muchas veces a comer a casa. A mi padre le encanta cocinar y los acogía como si fueran de la familia”. Hoy sigue haciéndolo con sus compañeros del Inter Ibiza. Su reto es llevarse al equipo entero a la iglesia. Con sus compañeros del juvenil del Curitiba lo consiguió. Lo tenía más fácil: cerca de la mitad de la plantilla eran evangélicos.
Los dos quieren dar testimonio de su fe. Hablan sin tapujos de Dios en el vestuario del Inter Ibiza. Sexo, pornografía, egos, burlas, la competencia insana y el orgullo. Para Mati, esas son las tentaciones a las que tiene que enfrentarse el futbolista, especialmente si es evangélico y se prohíbe beber de esas aguas: “Uno busca respetar a la mujer, al compañero, sumar al equipo poniéndose el último de la fila… El bien del colectivo antes que el de uno mismo. Yo creo que la fe evangélica nos ayuda a comprender todas esas cosas”.
“Kaka fue un gran difusor del evangelismo. Lo hizo sin miedo ninguno”, responde Caio cuando le pregunto por referentes. “A partir de él, mucha gente quiso saber de la fe. Ahora muchos celebran los goles como lo hacía él [señalando al cielo], pero Kaka fue quien abrió el camino. Su disciplina, dentro y fuera del campo, era la del cristiano de verdad”. No niega el hispanobrasileño que ahora “puede haber un poco de postureo” a la hora de exhibir las creencias religiosas sobre el campo y recoge cable diciendo que él no puede juzgar, que cada uno sabrá qué hay al fondo de sus actos. “Las formas son importantes. Los gestos de Jesús fueron mucho más que simbólicos, pero la manera de hacer lo que hizo importaba”.
Roa, Chamot, Taffarel, Silas… Mati enumera una lista de jugadores que transmitían la fe que les había cambiado su forma de vivir. “Yo siempre digo que lo bueno se comparte. Luego, cada uno decide. Yo te puedo decir todo esto hoy y luego no aplicármelo. Dentro de un año hablaríamos de nuevo y verías las consecuencias que habría tenido en mí. Pero eso no desacredita a Dios, quien falla es la persona. Uno elige qué camino tomar. Incluso en mis peores decisiones sabía cuál era la decisión correcta”, piensa el portero en voz alta.
–En Europa cuesta mucho hablar de Dios por la posición de poder que ha tenido la Iglesia Católica. Preguntas por Dios y algunas personas te hablan de abusos y pedofilia, no de cómo cambia la fe la vida de las personas. En Latinoamérica la cuestión es diferente. Allá la gente está acostumbrada a vivir grandes crisis económicas. Argentina es una crisis constante y las necesidades son otras. En esos momentos, lo que es temporal se cae y uno busca a Dios, que es eterno.
Por ahí explica Mati que las iglesias evangélicas se cuenten por miles en su continente y que el número de fieles (especialmente en Brasil, pero también en Argentina) esté acercándose a los seguidores que mantiene la fe católica. Ya hay 120 millones de evangélicos en América Latina, un 20 por ciento de la población total. La proliferación de cultos evangélicos ha enfrentado a algunas iglesias por el reparto de cuotas de poder (especialmente en Brasil, pero también en Argentina) y por la captación de fieles. Ellos prefieren no hablar de esas guerras internas y dicen que hay que buscar puntos de encuentro, también con los católicos. “Caio y yo lo hablamos mucho: lo que importa, al final, es que hay un solo Dios que es amor y no juzga. Jesús iba del brazo del señalado. Yo jamás podría negarle un abrazo a nadie. El amor tiene que estar por encima de todas las cosas. Pero, claro, yo soy hombre y me puedo equivocar. Si no lo reconozco, acabaré dañándome a la larga. Lo mismo pasa con las religiones. Por orgullo, algunas iglesias acaban dañando a las personas”, dice Mati.
Ellos defienden que la clave es interiorizar por ti mismo la fe, decidir cuándo quieres bautizarte y no imponer las cosas a la fuerza. Si es así, ellos tienen muy enraizadas sus creencias porque siguen a pies juntillas los preceptos evangélicos. Se definen como caseros. Fútbol e iglesia. Iglesia y fútbol. Ocio y lujo justos, y muy poca fiesta. Si hablamos de sexo, vírgenes hasta el matrimonio. Es terreno espinoso, pero dicen lo que piensan sin tapujos. Así piensa, por ejemplo, Mati: “El sexo es sumamente íntimo y una conexión muy fuerte con la otra persona. Yo respeto no tener sexo hasta el matrimonio porque creo que, si se da antes, puede unir relaciones tóxicas. Quizás dos vidas se unan simplemente porque las cosas fluyan en la cama y la relación acabe mal. Vas saltando de persona en persona, acumulando cicatrices, y lastimando a la persona siguiente por lo que sucedió con la anterior. Yo creo que hay que cuidarse y respetarse antes de conocer el amor dentro de una cama. ¿Que es un sacrificio? Todo lo que vale la pena en la vida requiere un sacrificio”.
Y no ven con buenos ojos la homosexualidad aunque conocen a creyentes evangélicos que se sienten atraídos por personas de su mismo sexo. Incluso, algún pastor. Caio sabe que su congregación considera las relaciones homosexuales como un pecado “que no impide que Dios te siga queriendo”. Pero no quiere criminalizar: dice Caio que para Dios es lo mismo “una mentira pequeña” que una relación homosexual o el sexo fuera del matrimonio. Para él, las tres cosas son pecado. “Todos somos pecadores”, resume el delantero, “lo que necesitamos es mejorar cada día y aprender de nuestros errores”. Caio cree que es necesario “matar la carne para estar en Cristo” y que “solamente el Espíritu Santo puede guiarte en tus elecciones”. Mati interviene para recordar que, pese a los preceptos, “no se puede juzgar a nadie”. “Yo creo que el amor tiene que estar por delante de todo”. Evangelismo y placer sexual, difícil mezcla. Casi imposible.
Familias desestructuradas. Favelas. Villas miseria. Ese es el caladero de fieles de muchas iglesias evangélicas. En algunos países latinoamericanos, con el Estado ausente y la jerarquía católica desconectada del trabajo de los curas izquierdistas que no habían asesinado o silenciado las dictaduras militares, los pastores protestantes hicieron un trabajo social que consiguió convertir a miles de personas. La fe, primero, como antídoto contra la pobreza en unos países tan ricos en recursos como desiguales a la hora de distribuirlos. La fe, después, como brújula electoral para orientar el voto de millones de personas. Hacia un lado o hacia otro. El izquierdista Alberto López Obrador tuvo que buscar el respaldo de las iglesias protestantes para convertirse en presidente de México. La victoria de Jair Bolsonaro, un populista de derechas, en las recientes elecciones presidenciales de Brasil se ha producido, entre otros factores, gracias al apoyo explícito de las principales iglesias de un país que tiene veinte millones de fieles evangélicos.
Igual que otros compatriotas que han vivido las elecciones a miles de kilómetros de distancia, Caio Rocha no se muerde la lengua para decir públicamente que apoya al ganador de los comicios pese a que su discurso tenga un fuerte contenido fascista. Caio apoya a Bolsonaro “porque quiere preservar la familia y está en contra del aborto”. Identifica al Partido de los Trabajadores “con el comunismo y con la liberalización de las drogas”. Y, por supuesto, “con la corrupción que ha arruinado al país después de estar catorce años en el gobierno”. Según Caio, Lula da Silva y Dilma Rousseff engañaron a sus compatriotas. Espera que, tras la victoria de Bolsonaro, “trescientos políticos corruptos vayan a la cárcel”. Lamenta en cambio que el país se esté partiendo en dos, pero le quita importancia a las críticas que recibe el ganador de las elecciones y presidente de Brasil a partir del 1 de enero de 2019 por un discurso plagado de homofobia, machismo, racismo, anti izquierdismo y guiños a la dictadura que sufrió Brasil entre 1963 y 1988 que sobrepasan la nostalgia: “[Bolsonaro] Ha dicho muchas cosas a la loco con las que no estamos de acuerdo, ¿pero qué decimos los evangélicos? Que es mejor echar al PT, que le ha hecho mucho daño a Brasil con sus promesas falsas y su corrupción, y ver qué nos trae el nuevo presidente. Si lo hace mal, podremos cambiarlo dentro de cuatro años”.
Para muchos argentinos, la precariedad de sus economías personales y familiares tuvo un antes y un después de la Navidad de 2001. Por el oficio de su padre, Mati Vivaldo pasó de pequeño por once escuelas de otros tantos clubes durante su proceso de formación. Su caso es peculiar y le permitió conocer cómo funcionan las canteras de su país después de que el valor del peso se desplomara en aquellos días de corralito bancario, cuando los cajeros automáticos no expedían billetes y la gente salió a la calle a montar caceroladas y poner barricadas, protestando desesperadamente. Aquel caos fue el golpe de gracia para las categorías inferiores de ese vivero de futbolistas llamado Argentina. Los pilares económicos del país se desmoronaron, la clase media se evaporó, cientos de miles de argentinos hicieron las maletas y se marcharon a España o Estados Unidos y muchos clubes de fútbol quedaron al borde de la desaparición, sostenidos por la voluntad de sus empleados, socios y simpatizantes. “Descontando a los grandes clubes del país, que tienen una economía y estructura más potentes, los modestos, sean de Primera B o de una liga barrial, tienen un presupuesto acortado. No pueden invertir en un proyecto de futbolista. Si contás con una promesa, tenés que hacerle un contrato mínimo para formarlo. Si necesitás un nueve goleador para el primer equipo, hay que elegir entre traerlo o retener a la promesa. Y quizás en cuatro o cinco años el joven sea mejor que el nueve goleador que fichás, pero la economía del club es tan precaria que no podés proyectar al joven”, explica Mati.
Desde hace dos décadas, las etapas se queman a la velocidad del rayo. La globalización se cuela por las pantallas de los teléfonos móviles conectados a internet y alimenta nuevos sueños. Los canteranos argentinos, dice Mati, ya no aspiran a jugar en River Plate o Boca Juniors cuando dan el salto al profesionalismo. “Un chaval tiene seis meses buenos y ya quiere irse a Europa porque piensa que esa oportunidad no se le va a volver a plantear”. La impaciencia es generalizada, dice el arquero: “Las ofertas económicas tan diferentes que se hacen allí y aquí tienen mucho que ver. Jugar en los grandes argentinos daba prestigio y plata. Ya no y sigue siendo muy difícil llegar. En cambio, el sueldo que te puede pagar un equipo español de Segunda A es muchas veces superior a lo que cobra un futbolista argentino que juegue en Primera B”.
Mati recuerda que en las últimas décadas los segundos, terceros y cuartos niveles del fútbol español e italiano se han llenado de chavales argentinos que sueñan con ser Messi, el Kun Agüero o Dybala (que salió de un club súper modesto, Instituto de Córdoba, sin debutar en Primera argentina, y luego fichó por el Palermo siciliano). Mati considera que ese clima acaba “contaminando”, de cabo a rabo, el fútbol argentino. Lo señala como una de las causas que explican su “caída a nivel internacional”. “Como fábrica de jugadores, Argentina, y toda Sudamérica, es inmensa. Pero los clubes no gozan de ese talento porque los futbolistas duran muy poco. Incluso las grandes canteras están traspasando cada vez antes por la necesidad de invertir en el primer equipo el dinero que se recauda por esas ventas”.
Caio y Mati se conocieron hace unos meses en la iglesia. Este verano, Mati le propuso a Caio unirse al Inter Ibiza. El brasileño estaba sin equipo. En el mercado de invierno de la temporada pasada, recién llegado a España, no pudo firmar por la Peña Deportiva en Segunda B al no tener la ciudadanía en regla. Después se fue al Club Deportivo Ibiza, participó en el ascenso del equipo a Tercera, pero dice que no le hicieron ficha por el mismo motivo. El cuento de nunca acabar. El cuento que ha vuelto a empezar con los colores azul y amarillo del Inter Ibiza. El final, sin embargo, tiene que escribirse aún.
“Tenemos confianza en que se puede lograr, pero hay otros equipos bastante potentes y no será nada sencillo”, responde Mati cuando le pregunto por el ascenso a Tercera División que persigue desde hace años el equipo de Fourcade. Añade Caio que son un grupo joven “que viene con ganas de hacer algo grande”. “En la derrota contra el Ciudad de Ibiza se vio que los más jóvenes tiraban para adelante. Disparamos al palo con 2-1 en contra y luego nos metieron el tercero. Si hubiese entrado nuestra ocasión la cosa habría sido diferente, pero perdimos con la cabeza alta”, explica Mati. La genética latinoamericana que tiene el Inter –hay argentinos, brasileños, uruguayos, ecuatorianos…– le da sentido a ese tópico tan manoseado que exige sentimiento al sudor que empapa la camiseta. A la fórmula del compromiso canchero ellos agregan su creencia religiosa. Porque para Mati y Caio, cuando el fútbol se termina, Dios permanece. Para ellos, el juego no tiene sentido sin fe.
Muy buena nota!!! Felicitaciones chicos por lo logrado hasta ahora ….cariños
Bella nota no hay nada mas hermoso que tenerlo a Dios en la vida de uno te llena de paz. Bendiciones chicos ..