Pablo Sierra del Sol Es difícil preguntarse por qué nos gustan las cosas que nos gustan. Naiara no recuerda cuándo se enamoró del fútbol. Simplemente, un día se puso a darle patadas a la pelota que volaba por el patio de su colegio, en Puig d’en Valls. Aquello no era un deporte para ella, era un juego. Un jogo bonito, como dirían los brasileños, donde es casi una obligación acariciar el cuero cuando los chavales practican futebol en las playas, en los descampados o en las calles de ciudades como Río de Janeiro.
Lo normal, cuando se descubre una pasión, es explorarla a fondo. Por eso, al cumplir los doce, a Naiara la apuntaron al equipo de su pueblo, el Atlético Jesús. Le tramitaron una ficha y jugó un año con los infantiles del club rojiblanco. Solo una temporada. “Cuando mis compañeros pasaron a infantiles no pude seguir jugando con ellos porque no se permitían los equipos mixtos. Yo había hecho deporte desde siempre, de pequeñita practicaba la natación sincronizada, y tuve que buscar otra alternativa. Por eso me metí en el Puchi de balonmano, pero siempre me quedó la espinita clavada del fútbol”, explica Naiara.
Su historia no es un caso especial. En la última década, el fútbol femenino por fin ha podido alzar el vuelo en España. Ahora hay referentes en una Primera División que se profesionaliza temporada tras temporada. Los cracks del fútbol masculino están a años luz en cuanto a sueldos, condiciones y proyección mediática pero ya no suena a chino ver disputando un Mundial a una selección española llena de diademas y coletas. En Ibiza, el interés también ha crecido pero la isla no es Barcelona o Madrid. “Aquí no hay chicas suficientes para hacer varios equipos cadetes o juveniles”, dice Naiara. Ella misma, tras su exilio en el mundo del balonmano, tuvo que esperar unos años antes de incorporarse a la sección femenina del Jesús, el club que reúne desde hace bastantes años a las apasionadas del balompié que no se conforman con ver partidos por la tele o desde la grada.
Así, cada fin de semana, Naiara, que juega de extremo derecho, se calza sus botas, se enfunda la elástica de su equipo y sale al rectángulo a defender los intereses de un equipo que quiere volver a las competiciones nacionales. “Nuestro objetivo es volver a la Segunda División para que siga creciendo la afición por el fútbol entre las chicas de la isla. Ahora, la verdad es que tenemos un grupo muy majo y variado. En la plantilla hay desde niñas que acaban de cumplir catorce o quince años a mujeres que pasan de cuarenta. Todas remamos en la misma dirección”, comenta Naiara. De momento, el reto tendrá que esperar previsiblemente un curso más. Esta campaña, el Jesús marcha en mitad de la tabla de Liga Autonómica, lastrado sobre todo por las tres derrotas seguidas que han encajado las chicas que entrena Marcelo Ricagno.
Sin embargo, Naiara y sus compañeras no rinden el ánimo. En cada partido que disputan las santaeulalienses no falta en la grada su padre. José María Díaz, además de ser el entrenador de porteros del San Rafael de Vicente Román, es el progenitor y el consejero de esta joven que aprendió de su peregrinaje por distintos deportes “que una futbolista no puede descuidar nunca su condición física si quiere rendir en condiciones”. A Naiara le ha costado tanto poder jugar al fútbol federado que solo piensa en mejorar, nunca en abandonar un deporte que, para ella, es tan necesario como respirar.