Pablo Sierra del Sol Cada dos domingos, la casa de Alicia Ávila se llena de familiares sobre las once de la mañana. Sus siete hijos empiezan a llegar con sus parejas y almuerzan algo mientras se habla un castellano de marcado acento argentino. Al rato, la comitiva se va vestida de rojo y negro al Municipal de Sant Francesc. Entonces, la familia se convierte en la Gloriosa Banda de Formentera, el grupo de animación más potente de la Tercera División balear. “Cuando volvemos a casa, solemos comer todos juntos. Se prepara una parrilla de carne y se festeja el triunfo del equipo”, cuenta la matriarca, a la que se le ocurrió crear esta doce (que es como todo buen futbolero argentino llama a la afición de un equipo) al poco de llegar a la Pitiusa menor en 2007. Lucas, uno de sus hijos, empezó a jugar en la cantera de la Sociedad Deportiva y con quince años pudo debutar en Regional de la mano de Miguel Ángel Ruiz, el entrenador que sacó al club del peldaño más bajo del fútbol insular.
Poco a poco y con el visto bueno de Ruiz, el clan fue ocupando una de las zonas de la grada y a una hija que aún vivía en Argentina se le pidió que trajera un redoblante, que es como llaman al bombo al otro lado del Atlántico. Jhon y Matías, un colombiano y un argentino que viven en la isla, aportaron más percusión a una Gloriosa que contagió de ánimo y ritmo a los aficionados del Formentera de toda la vida, unos espectadores más apagados. “En Argentina no concebimos el fútbol sin pasión. Ojo, pasión no es lo mismo que violencia e insultos. Ante todo se debe ser respetuoso, pero el aguante hay que dárselo al equipo durante todo el partido, se gane o se pierda. Mucha gente nos pregunta por qué seguimos animando cuando vamos por debajo en el marcador, y nosotros les respondemos que no tenemos otra opción. Este equipo nos ha ayudado a integrarnos en la isla y le vamos con toda nuestra alma”.
Ser del Formentera es una cuestión de sangre. En la grada se sienta su marido, Miguel Quevedo, y tampoco faltan sus hijos: Romina, Paola, Luis, Daniel, Roxana, el mecionado Lucas, y Rubén, al que todos llaman Pinino. Rubén, Eduardo, Romina, Yanina, Daniel y Mirian también han sucumbido a los encantos de la Gloriosa. Ellos son los yernos y nueras de Alicia (y los padres de la generación que tomará el relevo, porque el matrimonio Quevedo Ávila tiene a tantos nietos a los que mimar (Kevin, Ainhoa, Matías, Azul, Milagros, Milena, Priscila, Miguel Jazmín y Georgina) que casi podría montar un equipo de fútbol. Ellos solos son 25, pero con sus amigos percusionistas y un grupo de alemanes que siempre se sientan junto a ellos, el Formentera tiene una zona de animación que le hizo creer al mismísimo Jorge Sampaoli que estaba en una caliente cancha bonaerense cuando el Sevilla desembarcó en la isla para jugar la Copa del Rey.
Las palabras de Alicia son simples y directas, ejemplo del corazón que hace bombear al balompié más modesto. Ella sabe lo difícil que es levantar un hogar con siete hijos (que ahora trabajan en la obra, en un taller o limpiando apartamentos) cuando cruzó el Charco hace una década y dejó atrás a su Córdoba natal, una de las pocas grandes ciudades que se alzan en el interminable interior argentino, tan diferentes de la gigantesca Buenos Aires. La creadora de la Gloriosa se crió en una familia muy grande, aún más grande que la que ha creado ella. Eran tres hermanas mayores a las que seguían cuatro varones. Ella era la benjamina. “Y te puedes imaginar, con cuatro chicos en casa, jugando a la pelota, yo no quería ser menos”. Hasta los 35 militó en equipos neoprofesionales y ahora no puede desengancharse de una pasión que podría llevarla por los campos del Grupo III de Segunda B si Tito García Sanjuán y sus futbolistas obran el milagro de un ascenso “que espera toda la isla con muchas ganas”. De reojo, eso sí, cada lunes mira qué hicieron Talleres y Boca Juniors (se confiesa bostera a fondo) en la liga argentina, los dos equipos con los que comparte su corazón rojinegro.